26/8/12

Claudia Messing: "Nunca fue fácil ser padres, pero ahora es más difícil”



La socióloga Claudia Messing explica por qué los chicos se sienten pares de los adultos. "Se insiste a los adultos en la puesta de límites pero no se les da herramientas para hacerlo”, dice.
"¿Por qué es tan difícil ser padres hoy?” Tan atractiva como desafiante es el título de la jornada que ofrecerá la psicóloga y socióloga Claudia Messing. Si bien el encuentro está previsto realizarse en Buenos Aires, vale la pena indagar en el interrogante que promueve la charla. “Nunca fue fácil ser padres, pero ahora es más difícil”, anticipa Messing sobre el debate de cómo se posicionan los chicos antes los adultos. Una cuestión que sin dudas trasciende a la familia y se vuelca también al ámbito de la educación.

La jornada programada para el 8 de septiembre y organizada por a Fundación Sociedades Complejas está pensada para padres, educadores y estudiantes de los profesorados y demás carreras interesadas en la  problemática.

“Haremos hincapié en una visión en profundidad de lo que es la simetría inconsciente, como cambio psíquico estructural de los niños y los jóvenes, y también de muchos adultos. Vamos a explicar —adelanta Messing— las consecuencias de los cambios que trae esta simetría y por qué es necesario un nuevo modelo de autoridad para poder contener, tratar y poner límites a los chicos de hoy. Se insiste mucho en la puesta de límites, en que el adulto tiene que ejercer su rol, pero no se les da suficientes herramientas para hacerlo”.

—¿Y cómo se hace para poner esos límites?

—Es totalmente diferente a como se ponían antes, cuando existía una jerarquía en la cabezas de las personas que ahora no existe. Justamente la simetría inconsciente es un cambio por el cual los chicos desde la más tierna infancia copian a los padres como si estuvieran frente a un espejo. Se mimetizan con ellos y quedan ubicados inconscientemente en paridad con el adulto. Entonces, cuando a un chico actual, posicionado internamente como un par tuyo, le vas a poner límites, te mira y te pregunta: “¿Vos quién sos para hablar así?”, o te levanta el dedito y te dice: “Yo te voy a poner en penitencia”. El chico copia, imita al padre, que desconcertado no sabe bien qué hacer. Entonces si uno tiene recursos, conoce las características de cómo piensan, sienten, funcionan es más fácil acercarse y manejar la situación.

—El título de la charla es “Por qué es difícil ser padres hoy”, ¿antes era fácil ejercer este rol?

—Nunca fue fácil, pero ahora es más difícil. Antes era mas fácil porque cuando existía un mundo autoritario y jerárquico donde la autoridad estaba respaldada por una sociedad, que a su vez tenía jerarquías y límites, era más sencillo, estaba respaldado. Ahora tenemos que construir una autoridad sin modelo anterior. Esa es la diferencia, el modelo hay que crearlo.

—Cuando se habla de la relación entre adultos y chicos, hay una apelación constante a decir “esto antes no ocurría”, “esto antes no pasaba”. ¿Qué opina?

—Ese es un error. En vez de quejarse por la leche derramada hay que desarrollar nuevos mecanismos para llegar a los chicos actuales. Si uno aprovecha este cambio es maravilloso lo que se puede lograr. Porque en realidad nos empuja hacia modelos muchísimo más democráticos, inclusivos, maduros, con capacidad de incluir al otro, con capacidad de comunicación. Este es un gran desafío.

—Es decir, otro modelo y sin pérdida de la autoridad del rol del adulto.

—Exactamente. El adulto tiene que seguir siendo el adulto, sino no hay timón en este barco. Por supuesto que tiene que guiar, pero sabiendo quiénes son sus marineros. Porque al no conocerse en profundidad cómo es el chico actual se le trata de imponer un modelo anterior que no funciona. Se puede ejercer la autoridad perfectamente bien, sin necesidad de autoritarismo, ni de gritos ni exaltaciones, simplemente conectándose con el chico. Se trata de la construcción de un modelo de autoridad, que se muestre también con limitaciones. Uno no puede resolver todo por el otro, necesita que el otro te incluya, lo necesitamos en la casa, en la tarea escolar. El adulto necesita que el chico participe y colabore.

—Un seguimiento responsable de la familia ayuda a que los chicos les vaya mejor en la escuela, pero no siempre esto ocurre. ¿Qué conspira contra esa posibilidad?

—Lo que puede operar en contra es la falta de espacio de los padres. Pero la verdad es que ellos están interesados en apoyar a sus hijos, creo que muchas veces no saben cómo. Y además creo que la escuela también está interesada en la participación de los padres, creo que todos están interesados en un cambio. La Argentina es un país evolucionado en cuanto a su capacidad de reflexión. Por eso insisto con esta pieza clave que es la simetría inconsciente. Cuando a nivel educativo se empiece a trabajar desde el jardín de infantes, que los chicos internamente están posicionados como adultos va a cambiar totalmente la situación. Ese chico necesita ser más respetado que nunca, lo cual no significa que el padre le tenga que explicar la Teoría de la Relatividad para ponerle un límite Es un camino de conversación y de acuerdo que genera en el chico responsabilidad.

—¿Esto puede llevar a una mayor autonomía en los niños?

—Claro, se genera una mayor autonomía. Se trata de aprovechar la simetría inconsciente para que se responsabilicen, tomen conciencia de los límites. Porque en definitiva un límite es una advertencia a un peligro, es la conciencia de una limitación, y no una orden autoritaria como se lo suele plantear.

—En los encuentros con los docentes, ¿cuál es la mayor preocupación que tratan?

—Me produce muchísima satisfacción en esos encuentros cuando podemos trabajar con los docentes como quien necesita de la ayuda del otro, y no como quien lo puede todo. Los educadores tienen que ser inclusivos con los alumnos, plantear los temas pero también llegar a acuerdos y comprometer a todos en ese cumplimiento de los mismos, es una forma de involucrarlos.

23/8/12

UNA MIRADA SOBRE LOS ADOLESCENTES EN LA ESCENA PUBLICA Espejos de la ciudad vivida

Donde no hay palabras ni escucha atenta, sólo queda el mercado. Los jóvenes son, entonces, convertidos en objetos, a menudo expulsados. Es entonces cuando sus formas de decir "¡Aquí estamos!" replican el conflicto

Por Esther Tocalli
¿Estamos distraídos? Marginación simbólica y afirmación correlativa.
La pregunta hace referencia a nuestros jóvenes adolescentes y a poder pensar tratando de no patologizar o judicializar rápidamente, asumir la responsabilidad que tenemos como comunidad, y cada uno de nosotros en nuestra cotidianidad.
Estamos viviendo desde hace más de una década fenómenos de violencia, actos marginales y una progresiva segregación, exclusión. "A medida que nuestro mundo se mundializa, paralelamente vemos crecer los fenómenos segregativos, los conflictos étnicos, religiosos e incluso en las células elementales de la vida, por ejemplo la familia, vemos aparecer el conflicto de una forma nueva. Entonces, a medida que crece esta aparente unificación del mundo, inmediatamente se producen fenómenos de pulverización creciente. No es una pura hipótesis, la cosa está confirmada en el mundo entero", dice Marcel Czermak.
Aparece la paradoja de que aparentemente estoy en relación con los otros sin límite, pero por otra parte y por las mismas razones no soy nada más que un objeto que puede ser arrojado a la basura en función de la coyuntura del mercado. Pero trataremos de detenernos en lo que podemos llamar junto con muchos analistas que vienen trabajando, el cómo estos temas afectan fundamentalmente a la niñez y a la adolescencia.
Lo que denominamos síntoma social dominante ha ido mutando. Desde Freud hablábamos de que el síntoma social dominante era un síntoma neurótico, que nos subjetivaba desde un lugar central simbólico, donde los ideales que nos guiaban eran significantes que tenían que ver, para decirlo muy rápidamente, con el amor y el trabajo.
Desde la singularidad, qué es ser un hombre, qué es ser una mujer, un padre, una madre, eran preguntas que nos ordenaban a partir de un deseo inconsciente. Circulábamos en relación a una referencia simbólica que nos permitía realizar actos reales.
Cada uno, con nuestras diferencias y recorridos individuales. Calligaris (Contardo) utilizaba una metáfora de la ciudad con sus referencias históricas, su pertenencia a un país, a una lengua, como lugar central de significaciones en lo que denominaríamos Síntoma Social Dominante, mapa transubjetivo. Y pequeñas ciudades que seríamos cada uno de nosotros, los que vivimos en esta comunidad con nuestras referencias en relación a esa ciudad o país, nuestra casa, la de nuestros padres, la de nuestros amigos, el lugar de trabajo, etc. Normalmente nos dice la ciudad individual de cada uno, se organiza en un modelo que es homólogo a la ciudad o país, o sea al mapa transubjetivo.
Respecto de la adolescencia como edad de rebeldías, lo que siempre hemos verificado es que existían formas de oposición con ideales que aparecían firmes como puntos de referencia establecidos y aparentemente inquebrantables. Seguíamos en la normatividad neurótica.
¿Qué cambió para que nuestros jóvenes adolescentes estén en sus actos realizando conductas marginales, delictivas, toxicómanas? En lo que coinciden muchos psicoanalistas es que cuando hay un rechazo en la filiación simbólica -y por lo tanto los lazos sociales no serían lazos simbólicos, sino reales- esto daría como resultado actos en el sujeto que intentarían ser simbólicos.
Pensemos qué pasó hace unos días en nuestra ciudad cuando un grupo de jóvenes crearon una situación de "terror" (descripto así por alguien que lo vivió), en el Parque España. ¿A quién dirigían su acto?, ¿Ese es el efecto que deseaban producir? ¿Cuál es su condición subjetiva? ¿Cuáles sus referentes en su pequeña ciudad individual? ¿Es desde el mapa transubjetivo donde los lazos sociales pasaron del ser al tener, de simbólicos a reales, que están relacionados? Es desde ese lugar donde hay un lugar real que rechaza, margina, expulsa. Entonces ellos tratan de "marcar el terreno" y realizar un acto de afirmación simbólica, que podría decir "¡Aquí estamos!". Y como justamente desde ese lugar referencial no hay más palabras, ni una escucha atenta, sino que es un lugar acéfalo de mercado, finanzas, objetos, que expulsa y margina se produce este acto que quizás puede ser leído como simbólico.
Este análisis quizás pueda ser llevado a otros ámbitos donde se patologiza la infancia y parece más tranquilizador pensar en la genética.
Creo que estamos distraídos y propongo desde los distintos ámbitos de nuestra comunidad abrir y mantener un espacio de palabra, de escucha atenta a nuestros niños y jóvenes, a partir de una reflexión sobre como ocupamos nuestras pequeñas ciudades individuales.
*Psicoanalista. Profesora Adjunta Psiquiatría Niños, UNR.

LA MIRADA DEL PSICOANALISIS SOBRE DROGAS Y SUS USOS

Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, a ciertos sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas.

Por Adriana Testa (*)
En estos tiempos de democratización de la bohemia, drogas y alcohol son signos de otra cosa. De los grupos de culto que hacían de los elixires exquisitas experiencias de mutaciones en los estados de conciencia, acompañados de una música (blues, jazz, rock, tango) que hacía vibrar el cuerpo al unísono de esas mutaciones, pasamos a otros escenarios donde drogas, alcoholes y psicotrópicos acompañan otros modos de estar en el mundo. Corren de mano en mano por las calles pasando desde el lugar íntimo al público sin diferencia alguna o muy pocas. El marco que da vista al mundo también es otro: la omnipresencia de la mirada y de la voz hacen de cualquier urbe una galería comercial en la extensión de una megalópolis virtual (Eric Laurent, 2005). Somos mirados de modo casi constante, desde la cámara que controla hasta la publicidad que nos propone incansablemente cómo vivir. Y sonorizados de modo también casi constante por una voz planetarizada, omnipresente, que nos llega desde lo más próximo hasta lo más alejado de nuestro entorno. El discurso de la ciencia, que hoy no avanza si no es en la medida de su aplicación tecnológica, ordena de modo vertiginoso estos escenarios.
Entonces, el imperativo de consumo regulado por las reglas de mercado se inscribe en un "para todos", sin embargo esa regulación se diferencia de lo que le sucede a cada sujeto que se sostiene en la multitud mediante sus identificaciones y sus lazos libidinales. (Germán García, 2009).
Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, es decir, a determinados sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas. Si bien esas modalidades de consumo son particulares, es decir, comunes a un conjunto determinado, en el caso de una adicción la propuesta de su tratamiento no es compatible con un programa estandarizado para tales consumidores de tales o cuales drogas. La práctica que propone el psicoanálisis se orienta de un modo muy diferente.
No hay una respuesta "para todos" por igual. En primer lugar, por un principio freudiano de rigor: la causa de la adicción no es la droga. El agente no es el narcótico, sino la satisfacción paradójica que una adicción viene a suplir. (Freud, 1897). Sin duda, también están en juego las sustancias en sus distintas variaciones. No hay "la droga", sino que las hay muy diversas y modalidades de consumo también diversas según el ritual, la "junta", el contexto social. Ambos aspectos inciden en lo real del cuerpo. En tal sentido, el uso mismo de determinadas drogas, por la variabilidad de sus efectos -sea marihuana, hachís, cocaína, éxtasis, pasta base, paco, inhalantes, ácidos, ketamina, o sean psicofármacos, alcohol y sus más variadas combinaciones-, ya es índice de una particular modalidad de satisfacción, así como también lo es el modo de consumo: la dosis, la frecuencia y la vía, es decir el ritual. Eso que Freud llamó, en 1897, el "hábito". Un hábito que en la adicción se asume compulsivamente.
No obstante, no hay posibilidad de saber de qué se trata en cada uno si no es por la vía del relato a que dan lugar las drogas. Cuando el cuerpo ya no está capturado por las drogas, sólo a través del vector de la palabra, tal como ocurre con un sueño, es posible seguir el principio freudiano que orienta hacia la satisfacción que suplen y su fatídica
inscripción.
(*)Presidenta de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL)

5/8/12

El antivirus del deseo de enseñar


 EL ROL DE LA ESCUELA EN LA "EDUCACION SEXUAL"

Por Graciela Giraldi*
¿Qué lugar le es otorgado al saber del niño en nuestra civilización y qué rol juega la escuela? Si bien los niños vienen ejerciendo libremente su derecho a tomar la palabra desde el siglo pasado, el empuje actual a decirlo todo y en todas partes va en detrimento de los poderes de la palabra y del sujeto supuesto saber del Inconsciente.
Llama la atención que hoy día se les demande a los maestros que impartan educación sexual en las escuelas, tal vez para ejercer control social sobre los abusos sexuales infantiles, y la prevención del embarazo en la adolescencia, la práctica sexual promiscua, las enfermedades venéreas y el SIDA.
Hoy día, ¿qué entendemos por educación sexual? Para el psicoanálisis, no es lo mismo educar que la acción de informar conocimientos sexológicos.
Por otro lado, es imposible controlar al goce sexual del cuerpo mediante informaciones anatomofisiológicas, higiénicas y genéricas. Sigmund Freud consideraba que los niños pequeños se comportan como los científicos en la medida que responden con las llamadas teorías infantiles que provoca al traumatismo las manifestaciones de la sexualidad. Dicho de otra manera, ante los interrogantes sobre su origen (¿de dónde vengo?) y sobre el deseo de la madre (¿qué quiere mamá y qué cosa soy para ella?) el niño/a responde con argumentos de sentido fálico: todos tienen, a nadie le falta nada, especialmente a mamá.
La lógica resaltada por Freud era que los niños, a través de sus teorías falocéntricas logran velar la falta en la madre, y borrar la diferencia entre los sexos masculino y femenino.
Ese saber infantil es puesto al trabajo en la experiencia del análisis, como así también su interpretación inconsciente del deseo de la madre y lo que la excede en tanto que mujer, su versión del padre y su familia, más allá de su conformación social: tradicional, homoparental, mono o multiparental. Y, cada analista acompaña al sujeto analizante a jugar su partida con las cartas que le han tocado en suerte.
Si al decir freudiano, con su tarea civilizadora escolar el maestro colabora en la canalización del polimorfismo de la sexualidad infantil, orientando su curso a la manera de los diques en un río, en vez de pedir a los maestros que se encarguen de lo que siempre hicieron, se torna imprescindible resaltar al deseo de enseñar del maestro como el antivirus de la segregación subjetiva que padecen los niños.
*Psicoanalista. Miembro EOL, AMP y ERINDA.

TALLER DE JUEGOS PARA CRECER

18/9/11

El límite entre el crecimiento y la canallada

LA ADULTEZ IMPLICA RENUNCIAR AL EXCESO DE SATISFACCION

Quedarían excluidas del beneficio de la dignidad varias formas de traición, como la rebeldía adolescente y la canallada.

Por Sergio Zabalza*

De alguna manera, para crecer y elegir un rumbo propio y auténtico, los hijos siempre traicionan las expectativas de sus padres. Porque el niño crece y se constituye en torno a las identificaciones que le proveen las figuras parentales hasta que, en el mejor de los casos, el empuje de su singularidad lo anima hacia la emancipación ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre un sujeto responsable de sus decisiones y un canalla?

Por empezar, lejos de suponer el advenimiento de una cómoda armonía, la condición adulta implica la renuncia a un exceso de satisfacción: una cesión. Por eso, quien hace efectiva la máxima que Freud toma de Goethe: "Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo" (Sigmund Freud, Totem y Tabú, El retorno del totemismo en la infancia, en Obras Completas), no es más que el pasador de un título; si bien, signado por su propia experiencia personal.

La etimología nos acompaña. Según la lingüista Ivonne Bordelois: "Traicionar viene del latín tra�dere donde dere, que viene de dare, quiere decir entregar, pasar una cosa entre manos [?] el trade inglés es lo mismo, entregar mercancía. Lo que ocurre es que entregar tiene varios sentidos. El entregador es también un traidor. En la tradición lo que se entrega es algo cultural en general positivo, pero cuando se entrega a una persona hay traición".

Así, quedarían excluidas del beneficio de la dignidad varias formas de traición. Por ejemplo: la rebeldía adolescente, cuya ulterior consecución no llega lejos por ser otra forma de estar ligado a los padres; pero también la canallada, ese gesto propio de quien usurpa un emblema o un nombre para atender sus mezquinos intereses.

Lo paradójico es que, en esta última modalidad de la traición, tampoco hay una efectiva separación, sencillamente no hay registro del Otro. No hay culpa. Se deniega la ley, porque no hay amor.

Por otra parte, si bien es verdad que sólo alcanza a realizar su deseo quien se anima a traicionar a su primer e incestuoso amor, tal afirmación sólo se hace accesible al entendimiento si, en sintonía con Freud, se admite que el aparato psíquico está conformado por instancias simultáneas que funcionan con lógicas distintas y excluyentes. En otros términos: lo que una instancia admite no lo tolera la otra, por eso el inconsciente es un pasador que --vía la metonimia y la metáfora-� trabaja para que las mociones pulsionales se actualicen en objetos y conductas socialmente aceptadas.

Aquí se abre entonces una dimensión ética. En efecto, el deseo no es libre, el deseo es político; se hace efectivo como resultado de transacciones entre las diversas instancias psíquicas. Así, la responsabilidad de un sujeto está en relación a las "traiciones" �-en el mismo sentido al que más arriba hacíamos referencia�- con que maneja sus compromisos. Se trata de la diferencia entre un sujeto responsable y un cretino o un canalla.

*Psicoanalista. Hospital Alvarez.


23/6/11

Contra la medicalización de los chicos


› MANIFIESTO DE PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL

Decenas de profesionales de la salud mental en la Argentina suscribieron un “manifiesto” contra “la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes”, cuestionando el “trastorno por déficit de atención” y otros “etiquetamientos”, y rechazando el célebre “DSM” (Manual de “Desórdenes Mentales” producido por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos).
La declaración cita el “Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” (2005) para advertir sobre “una multiplicidad de ‘diagnósticos’ psicopatológicos que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles. Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios”, ya que “un etiquetamiento temprano, enmascarado como ‘diagnóstico’, puede condicionar el desarrollo de un niño, en tanto él se ve a sí mismo con la imagen que los otros le devuelven de sí, construye la representación de sí mismo a partir del espejo que los otros le ofrecen. Y a su vez será mirado por los padres y maestros con la imagen que los profesionales den del niño”. Por eso, “un diagnóstico temprano puede orientar el camino de la cura de un sujeto o transformarse en invalidante. Esto implica una enorme responsabilidad para aquél que recibe la consulta por un niño”.
“En ese sentido –continúa–, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association), en sus diferentes versiones, no toma en cuenta la historia ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.” “Con el argumento de una supuesta posición ateórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable pueden dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo su profundidad y complejidad, así como las circunstancias histórico-sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, pretende hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.”
Los firmantes señalan que “el DSM en las últimas décadas ha ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base ‘neurobiológica’ que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando. El manual intenta sostener como ‘datos objetivos’ lo que no son más que enumeraciones de conductas sin sostén teórico ni validación clínica, obviando la incidencia del observador en la calificación de esas conductas”.
“Así –explican– el movimiento de un niño puede ser considerado normal o patológico según quién sea el observador, tanto como el retraso en el lenguaje puede ser ubicado como ‘trastorno’ específico o como síntoma de dificultades vinculares según quién esté ‘evaluando’ a ese niño.”
“Esto se ha ido complicando a lo largo de los años. No es casual que el DSM-II cite 180 categorías diagnósticas; el DSM-IIIR, 292; y el DSM-IV, más de 350. Por lo que se sabe, el DSM V, en preparación, planteará, gracias al empleo de un paradigma llamado ‘dimensional’, muchos más ‘trastornos’ y también nuevos ‘espectros’, de modo tal que todos podamos encontrarnos en alguno de ellos.”
“Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos y que su perspectiva, en apariencia ‘ateórica’, oculta la ideología que subyace, la concepción de un ser humano máquina, robotizado, con una subjetividad aplanada, al servicio de una sociedad que privilegia la eficiencia. Esto también se expresa en los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.”
Los firmantes entienden el diagnóstico “a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones. Todos experimentamos transformaciones y, en los niños y adolescentes, estructuraciones y reestructuraciones sucesivas determinan un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Por eso los diagnósticos dados como rótulos pueden ser nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un ‘trastorno’ de por vida.”
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.”
En ese marco, afirman, “predomina la medicalización de niños y adolescentes: con una pastilla suelen silenciarse conflictivas y acallarse pedidos de auxilio que no son escuchados como tales. Práctica que es muy diferente a la de medicar criteriosamente, cuando no hay más remedio, a fin de atenuar la incidencia desorganizante de ciertos síntomas mientras se promueve una estrategia de subjetivación que apunte a destrabar y potenciar, y no sólo suprimir. Un medicamento debe ser un recurso dentro de un abordaje interdisciplinario que tenga en cuenta las dimensiones epocales, institucionales, familiares y singulares”.
Firman: Beatriz Janin, Juan Vasen, Gisela Untoiglich, Leon Benasayag, Juan Carlos Volnovich, Alicia Stolkiner, Hugo Urquijo, Virginia López Casariego, Gilou García Reinoso, Ana Berezin, Juan José Calzetta, Gabriela Dueñas, Carina Kaplan, Osvaldo Frizzera, Elsa Kahansky, José Kremenchusky, Silvia Morici, Mabel Rodríguez Ponte, María Cristina Rojas, Rosa Silver, Luis Horstein, Ruth Kuitca, Miguel Tollo, Susana Toporosi, Pedro Boschan, Jorge Cantis, Gabriel Donzino, Ruth Harf, Alicia Hasson, Norma Filidoro, Alicia Levin, Isabel Lucioni, Graciela Rajnerman, Mariana Rodríguez Ponte, Sara Suzman de Arbiser, Jaime Tallis, Flavia Terigi, Felisa Widder, Alicia Fernández, Enrique Carpintero, Alejandro Vainer, César Hazaki, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Susana Ragatke, Marina Rizzani, Isabel Costa, Rosalía Schneider, Cecilia Kligman, Ricardo Gorodisch, Eduardo Müller, José Cernadas, Magdalena Echegaray, Mónica Favelukes, Griselda Santos, Clara Schejtman, Alicia Gamondi, Elina Aguiar, Mercedes Cicalese, Alicia Grillo, Nilda Neves, Mirta Pipkin, Marina Blasco, Irene Chelger, Alfredo Tagle, Daniel Slucki, Mariana Wikinski, Graciela Guilis, Marcos Vul. Se reciben adhesiones de profesionales e instituciones en www.forumadd.com.ar.


Para cambiar el artículo 34


SITUACION DE LOS “INIMPUTABLES”

Por Leonardo Gorbacz *
Las nuevas muertes en el Borda no son sólo una tragedia, sino también una alarma: el viejo sistema manicomial debe ser reformulado, de cabo a rabo. En menos de 60 días ya llevamos tres muertes: una el pasado 7 de abril, tras el incendio de un colchón, y dos más el 31 de mayo, en la Unidad 20, también en un incendio.
La Unidad 20 es el lugar de alojamiento de las personas declaradas inimputables según el artículo 34 del Código Penal, es decir, personas que han cometido algún tipo de delito pero no son condenadas porque se considera que por razones de enfermedad mental no han podido comprender “la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”.
Esta renuncia del Estado a asignar responsabilidad, lejos de constituir una liberación de la persona, constituye un castigo muchas veces superior al que les corresponde a quienes son juzgados y luego condenados por delitos similares. Esto ocurre porque, si bien no se los condena a prisión, se les impone una “medida de seguridad” que en los hechos consiste en una internación en instituciones psiquiátricas sin plazo determinado, y que requiere para ser levantada, según el código, “que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieren peligroso”.
Esta condición de alta nunca sucede porque, si bien se puede evaluar la ausencia de riesgos inmediatos o claros, nunca se puede afirmar que un ser humano no vaya a protagonizar una situación de violencia, tenga o no una enfermedad mental. Pero, además, porque en la práctica las personas alojadas bajo el artículo 34 son abandonadas a su suerte, sin control efectivo del juez que las tiene a cargo.
Pasa lo mismo que con las medidas de protección de niños de carácter tutelar: como teóricamente no se los está castigando, sino “cuidando”, no se establecen límites a esas medidas, que terminan siendo totalmente desproporcionadas y discrecionales.
Es que no hay peor condena que la que se inaugura cuando se decide que el otro no es responsable de sus actos y por lo tanto requiere, siempre “por su bien”, que otros manejen su vida.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en febrero de 2008, intervino en el caso de una persona internada por haber sido declarada inimputable, donde se planteó una discusión de competencias entre juzgados que en los hechos significó la ausencia de seguimiento del caso: el más alto tribunal sostuvo: “Es dable destacar que M. J. R. ha permanecido privado de su libertad, de manera coactiva, más tiempo incluso del que le habría correspondido in abstracto en el supuesto de haber sido condenado a cumplir el máximo de la pena previsto para el delito cometido”.
La recientemente sancionada Ley Nacional de Salud Mental 26.657 propone una modificación del sistema de salud mental para que la atención no se concentre en los llamados manicomios, sino en los hospitales generales, y se generen dispositivos que apunten a una verdadera inclusión social.
Sin embargo, se necesita también avanzar en otro frente, y es la reforma del artículo 34 del Código Penal para, al menos, establecer que las personas declaradas inimputables reciban verdaderamente un tratamiento interdisciplinario, que pueda consistir en la internación de la persona sólo si ello es necesario, y tenga plazos de ejecución que no excedan los que le hubiera correspondido en caso de que la persona hubiese sido condenada como imputable. En su momento presentamos una iniciativa en ese sentido en la Cámara de Diputados de la Nación; no pudo avanzar, pero allí está para ser insistida y abrir esta discusión pendiente.
Tres muertes en 60 días, pero también miles de vidas desperdiciadas en un sistema de encierro y de aislamiento, nos imponen el deber moral de trabajar fuertemente para construir un sistema de salud mental orientado a la vida y la inclusión social.
* Psicólogo. Ex diputado nacional: autor del proyecto de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657. Asesor de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.