18/9/11

El límite entre el crecimiento y la canallada

LA ADULTEZ IMPLICA RENUNCIAR AL EXCESO DE SATISFACCION

Quedarían excluidas del beneficio de la dignidad varias formas de traición, como la rebeldía adolescente y la canallada.

Por Sergio Zabalza*

De alguna manera, para crecer y elegir un rumbo propio y auténtico, los hijos siempre traicionan las expectativas de sus padres. Porque el niño crece y se constituye en torno a las identificaciones que le proveen las figuras parentales hasta que, en el mejor de los casos, el empuje de su singularidad lo anima hacia la emancipación ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre un sujeto responsable de sus decisiones y un canalla?

Por empezar, lejos de suponer el advenimiento de una cómoda armonía, la condición adulta implica la renuncia a un exceso de satisfacción: una cesión. Por eso, quien hace efectiva la máxima que Freud toma de Goethe: "Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo" (Sigmund Freud, Totem y Tabú, El retorno del totemismo en la infancia, en Obras Completas), no es más que el pasador de un título; si bien, signado por su propia experiencia personal.

La etimología nos acompaña. Según la lingüista Ivonne Bordelois: "Traicionar viene del latín tra�dere donde dere, que viene de dare, quiere decir entregar, pasar una cosa entre manos [?] el trade inglés es lo mismo, entregar mercancía. Lo que ocurre es que entregar tiene varios sentidos. El entregador es también un traidor. En la tradición lo que se entrega es algo cultural en general positivo, pero cuando se entrega a una persona hay traición".

Así, quedarían excluidas del beneficio de la dignidad varias formas de traición. Por ejemplo: la rebeldía adolescente, cuya ulterior consecución no llega lejos por ser otra forma de estar ligado a los padres; pero también la canallada, ese gesto propio de quien usurpa un emblema o un nombre para atender sus mezquinos intereses.

Lo paradójico es que, en esta última modalidad de la traición, tampoco hay una efectiva separación, sencillamente no hay registro del Otro. No hay culpa. Se deniega la ley, porque no hay amor.

Por otra parte, si bien es verdad que sólo alcanza a realizar su deseo quien se anima a traicionar a su primer e incestuoso amor, tal afirmación sólo se hace accesible al entendimiento si, en sintonía con Freud, se admite que el aparato psíquico está conformado por instancias simultáneas que funcionan con lógicas distintas y excluyentes. En otros términos: lo que una instancia admite no lo tolera la otra, por eso el inconsciente es un pasador que --vía la metonimia y la metáfora-� trabaja para que las mociones pulsionales se actualicen en objetos y conductas socialmente aceptadas.

Aquí se abre entonces una dimensión ética. En efecto, el deseo no es libre, el deseo es político; se hace efectivo como resultado de transacciones entre las diversas instancias psíquicas. Así, la responsabilidad de un sujeto está en relación a las "traiciones" �-en el mismo sentido al que más arriba hacíamos referencia�- con que maneja sus compromisos. Se trata de la diferencia entre un sujeto responsable y un cretino o un canalla.

*Psicoanalista. Hospital Alvarez.


23/6/11

Contra la medicalización de los chicos


› MANIFIESTO DE PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL

Decenas de profesionales de la salud mental en la Argentina suscribieron un “manifiesto” contra “la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes”, cuestionando el “trastorno por déficit de atención” y otros “etiquetamientos”, y rechazando el célebre “DSM” (Manual de “Desórdenes Mentales” producido por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos).
La declaración cita el “Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” (2005) para advertir sobre “una multiplicidad de ‘diagnósticos’ psicopatológicos que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles. Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios”, ya que “un etiquetamiento temprano, enmascarado como ‘diagnóstico’, puede condicionar el desarrollo de un niño, en tanto él se ve a sí mismo con la imagen que los otros le devuelven de sí, construye la representación de sí mismo a partir del espejo que los otros le ofrecen. Y a su vez será mirado por los padres y maestros con la imagen que los profesionales den del niño”. Por eso, “un diagnóstico temprano puede orientar el camino de la cura de un sujeto o transformarse en invalidante. Esto implica una enorme responsabilidad para aquél que recibe la consulta por un niño”.
“En ese sentido –continúa–, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association), en sus diferentes versiones, no toma en cuenta la historia ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.” “Con el argumento de una supuesta posición ateórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable pueden dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo su profundidad y complejidad, así como las circunstancias histórico-sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, pretende hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.”
Los firmantes señalan que “el DSM en las últimas décadas ha ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base ‘neurobiológica’ que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando. El manual intenta sostener como ‘datos objetivos’ lo que no son más que enumeraciones de conductas sin sostén teórico ni validación clínica, obviando la incidencia del observador en la calificación de esas conductas”.
“Así –explican– el movimiento de un niño puede ser considerado normal o patológico según quién sea el observador, tanto como el retraso en el lenguaje puede ser ubicado como ‘trastorno’ específico o como síntoma de dificultades vinculares según quién esté ‘evaluando’ a ese niño.”
“Esto se ha ido complicando a lo largo de los años. No es casual que el DSM-II cite 180 categorías diagnósticas; el DSM-IIIR, 292; y el DSM-IV, más de 350. Por lo que se sabe, el DSM V, en preparación, planteará, gracias al empleo de un paradigma llamado ‘dimensional’, muchos más ‘trastornos’ y también nuevos ‘espectros’, de modo tal que todos podamos encontrarnos en alguno de ellos.”
“Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos y que su perspectiva, en apariencia ‘ateórica’, oculta la ideología que subyace, la concepción de un ser humano máquina, robotizado, con una subjetividad aplanada, al servicio de una sociedad que privilegia la eficiencia. Esto también se expresa en los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.”
Los firmantes entienden el diagnóstico “a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones. Todos experimentamos transformaciones y, en los niños y adolescentes, estructuraciones y reestructuraciones sucesivas determinan un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Por eso los diagnósticos dados como rótulos pueden ser nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un ‘trastorno’ de por vida.”
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.”
En ese marco, afirman, “predomina la medicalización de niños y adolescentes: con una pastilla suelen silenciarse conflictivas y acallarse pedidos de auxilio que no son escuchados como tales. Práctica que es muy diferente a la de medicar criteriosamente, cuando no hay más remedio, a fin de atenuar la incidencia desorganizante de ciertos síntomas mientras se promueve una estrategia de subjetivación que apunte a destrabar y potenciar, y no sólo suprimir. Un medicamento debe ser un recurso dentro de un abordaje interdisciplinario que tenga en cuenta las dimensiones epocales, institucionales, familiares y singulares”.
Firman: Beatriz Janin, Juan Vasen, Gisela Untoiglich, Leon Benasayag, Juan Carlos Volnovich, Alicia Stolkiner, Hugo Urquijo, Virginia López Casariego, Gilou García Reinoso, Ana Berezin, Juan José Calzetta, Gabriela Dueñas, Carina Kaplan, Osvaldo Frizzera, Elsa Kahansky, José Kremenchusky, Silvia Morici, Mabel Rodríguez Ponte, María Cristina Rojas, Rosa Silver, Luis Horstein, Ruth Kuitca, Miguel Tollo, Susana Toporosi, Pedro Boschan, Jorge Cantis, Gabriel Donzino, Ruth Harf, Alicia Hasson, Norma Filidoro, Alicia Levin, Isabel Lucioni, Graciela Rajnerman, Mariana Rodríguez Ponte, Sara Suzman de Arbiser, Jaime Tallis, Flavia Terigi, Felisa Widder, Alicia Fernández, Enrique Carpintero, Alejandro Vainer, César Hazaki, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Susana Ragatke, Marina Rizzani, Isabel Costa, Rosalía Schneider, Cecilia Kligman, Ricardo Gorodisch, Eduardo Müller, José Cernadas, Magdalena Echegaray, Mónica Favelukes, Griselda Santos, Clara Schejtman, Alicia Gamondi, Elina Aguiar, Mercedes Cicalese, Alicia Grillo, Nilda Neves, Mirta Pipkin, Marina Blasco, Irene Chelger, Alfredo Tagle, Daniel Slucki, Mariana Wikinski, Graciela Guilis, Marcos Vul. Se reciben adhesiones de profesionales e instituciones en www.forumadd.com.ar.


Para cambiar el artículo 34


SITUACION DE LOS “INIMPUTABLES”

Por Leonardo Gorbacz *
Las nuevas muertes en el Borda no son sólo una tragedia, sino también una alarma: el viejo sistema manicomial debe ser reformulado, de cabo a rabo. En menos de 60 días ya llevamos tres muertes: una el pasado 7 de abril, tras el incendio de un colchón, y dos más el 31 de mayo, en la Unidad 20, también en un incendio.
La Unidad 20 es el lugar de alojamiento de las personas declaradas inimputables según el artículo 34 del Código Penal, es decir, personas que han cometido algún tipo de delito pero no son condenadas porque se considera que por razones de enfermedad mental no han podido comprender “la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”.
Esta renuncia del Estado a asignar responsabilidad, lejos de constituir una liberación de la persona, constituye un castigo muchas veces superior al que les corresponde a quienes son juzgados y luego condenados por delitos similares. Esto ocurre porque, si bien no se los condena a prisión, se les impone una “medida de seguridad” que en los hechos consiste en una internación en instituciones psiquiátricas sin plazo determinado, y que requiere para ser levantada, según el código, “que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieren peligroso”.
Esta condición de alta nunca sucede porque, si bien se puede evaluar la ausencia de riesgos inmediatos o claros, nunca se puede afirmar que un ser humano no vaya a protagonizar una situación de violencia, tenga o no una enfermedad mental. Pero, además, porque en la práctica las personas alojadas bajo el artículo 34 son abandonadas a su suerte, sin control efectivo del juez que las tiene a cargo.
Pasa lo mismo que con las medidas de protección de niños de carácter tutelar: como teóricamente no se los está castigando, sino “cuidando”, no se establecen límites a esas medidas, que terminan siendo totalmente desproporcionadas y discrecionales.
Es que no hay peor condena que la que se inaugura cuando se decide que el otro no es responsable de sus actos y por lo tanto requiere, siempre “por su bien”, que otros manejen su vida.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en febrero de 2008, intervino en el caso de una persona internada por haber sido declarada inimputable, donde se planteó una discusión de competencias entre juzgados que en los hechos significó la ausencia de seguimiento del caso: el más alto tribunal sostuvo: “Es dable destacar que M. J. R. ha permanecido privado de su libertad, de manera coactiva, más tiempo incluso del que le habría correspondido in abstracto en el supuesto de haber sido condenado a cumplir el máximo de la pena previsto para el delito cometido”.
La recientemente sancionada Ley Nacional de Salud Mental 26.657 propone una modificación del sistema de salud mental para que la atención no se concentre en los llamados manicomios, sino en los hospitales generales, y se generen dispositivos que apunten a una verdadera inclusión social.
Sin embargo, se necesita también avanzar en otro frente, y es la reforma del artículo 34 del Código Penal para, al menos, establecer que las personas declaradas inimputables reciban verdaderamente un tratamiento interdisciplinario, que pueda consistir en la internación de la persona sólo si ello es necesario, y tenga plazos de ejecución que no excedan los que le hubiera correspondido en caso de que la persona hubiese sido condenada como imputable. En su momento presentamos una iniciativa en ese sentido en la Cámara de Diputados de la Nación; no pudo avanzar, pero allí está para ser insistida y abrir esta discusión pendiente.
Tres muertes en 60 días, pero también miles de vidas desperdiciadas en un sistema de encierro y de aislamiento, nos imponen el deber moral de trabajar fuertemente para construir un sistema de salud mental orientado a la vida y la inclusión social.
* Psicólogo. Ex diputado nacional: autor del proyecto de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657. Asesor de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.