29/3/11

Cómo frenar la violencia de género


› EL DEBATE SOBRE LA INCORPORACION DE LA FIGURA DEL “FEMICIDIO” EN EL CODIGO PENAL

En el Congreso hay varios proyectos de ley que proponen considerar un delito específico la muerte de una mujer por violencia machista. Una reunión internacional de mujeres acaba de discutir el tema en Buenos Aires. La conclusión fue aconsejar no hacerlo. Los motivos, el debate.


Por Mariana Carbajal
Alrededor de 83 mujeres fueron asesinadas en lo que va del año por el hecho de ser mujeres: ninguno de esos homicidios ocurrió en situación de robo, de acuerdo con el relevamiento que lleva adelante la ONG La Casa del Encuentro, en base a noticias publicadas en la prensa. En 53 casos, el acusado o imputado sería el esposo, la ex pareja, el novio o el ex novio. En otros diez femicidios se señala como autor a otro familiar directo, es decir, se contabilizan 63 asesinatos de mujeres dentro de su círculo íntimo en menos de tres meses. Frente a tanta sangría provocada por la violencia de género, se presentaron varios proyectos en la Cámara de Diputados para tipificar el femicidio como figura autónoma en el Código Penal. Sin embargo, expertas latinoamericanas, reunidas en Buenos Aires, consideraron que “no es necesario ni conveniente” avanzar por ese camino para combatir la violencia machista. “En los países donde se ha creado la figura penal de femicidio o feminicidio, cumple un rol simbólico. Y el Código Penal no puede cumplir sólo esa finalidad”, cuestionó la abogada y boliviana Julieta Montaño, reconocida internacionalmente por su extensa trayectoria en la defensa de los derechos humanos.
Montaño fue una de las participantes del encuentro convocado por el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem), para analizar exclusivamente la conveniencia de tipificar penalmente el femicidio, a la luz de la experiencia de otros países de la región que ya tienen esa figura. Las diputadas Cecilia Merchán, de Libres del Sur, y Fernanda Gil Lozano, de la Coalición Cívica, impulsan iniciativas con esa finalidad, entre otros legisladores.
El relevamiento del Observatorio de Femicidios de la Casa del Encuentro registró, entre el 1º de enero y el 21 de marzo, catorce muertes como consecuencia de quemaduras. “Otras nueve mujeres sufrieron quemaduras en 2011 pero lograron sobrevivir, aunque la mayoría permanece internada”, informó a este diario Fabiana Túñez, de la ONG.
La reunión de Cladem se extendió por dos días. Las especialistas, de Argentina, Bolivia, México, Panamá, Perú y Chile, coincidieron en que la violencia hacia las mujeres es “un problema grave” en la región y que falta “voluntad política” para enfrentarlo. Y consideraron que se debe combatir con políticas públicas de prevención, fundamentalmente, con presupuestos, recursos humanos y técnicos e infraestructura adecuados. Para lo cual –alertaron– es urgente contar con estadísticas oficiales sobre femicidios.
El debate
Cladem es una red feminista latinoamericana que trabaja por la promoción y defensa de los derechos de las mujeres. Por su trabajo ganó en 2009 el Premio Rey de España en Derechos Humanos. Del encuentro en Buenos Aires participaron expertas de la ONG, entre ellas, su coordinadora regional, la abogada paraguaya Elba Nuñez, la rosarina Susana Chiarotti, la mexicana Guadalupe Ramos Ponce, la boliviana Montaño, y Carmen Antony en representación de Panamá y Chile. Como invitada especial concurrió Villanueva, una de las popes en la región sobre esta problemática. La argentina Chiarotti es responsable del Programa Monitoreo de Cladem e integrante del comité de expertas de la Organización de Estados Americanos (OEA) que vigila la aplicación en el continente de la Convención de Belem do Pará, de prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres. Las seis son referentes muy prestigiosas en sus países como especialistas en la temática.
A mediados de mayo el Cladem convocará a una reunión internacional, con juristas, penalistas y criminólogos de distintos países para seguir analizando la conveniencia de promover la sanción de leyes que tipifiquen el femicidio en el Código Penal. Por el momento, la conclusión de la mayoría de las especialistas del Cladem es que la definición del tipo penal específico dificulta su aplicación porque se traslada un concepto de las ciencias sociales –el femicidio– al derecho penal.
No sólo en la Argentina hay proyectos presentados en el Congreso para crear la figura específica: también en Perú, Paraguay, México, Panamá y Honduras. Como aquí, hay un sector del movimiento de mujeres que reclama la tipificación. En Bolivia todavía no hay iniciativas pero sí una demanda de organizaciones feministas. “Hay un apresuramiento por razones demagógicas y electoralistas. Pero meter la pala en el derecho penal se puede volver en contra”, alertó Chiarotti. “En algunos casos se trata de iniciativas del Estado como respuesta fácil al problema de la violencia de género, como si al tipificar el femicidio se resolviera”, objetó Núñez.
Son cinco los países que incorporaron ya la figura del femicidio en sus ordenamientos legales: Costa Rica, Guatemala, Chile, Colombia y El Salvador. Pero la definición del tipo penal varía de un país a otro. En algunos países se limita al homicidio cometido en el marco de una relación de pareja, como en Costa Rica y Chile. En cambio, en Guatemala y El Salvador, el alcance es más amplio y abarca a los asesinatos ya sean ejecutados por conocidos o desconocidos de la víctima. Pero uno de los problemas observados por las expertas es que la propia definición, por ser demasiado amplia y un tanto vaga, dificulta su aplicación. Por ejemplo, en Guatemala se define femicidio como “muerte violenta de una mujer ocasionada en el contexto de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, en ejercicio del poder de género en contra de las mujeres”. Cómo se prueba esa tipificación es una de las dudas de las especialistas. “En muchos casos, las definiciones de femicidio implican una violación de los principios que rigen el derecho penal como la taxatividad y la legalidad”, apuntó a Página/12 la abogada Montaño, directora de la ONG Oficina Jurídica para la Mujer, de Cochabamba, Bolivia.
¿Cómo se puede acreditar si había relaciones desiguales de poder entre la víctima y el victimario? ¿Y si no se pueden probar, hay que absolver al imputado o se lo juzga por homicidio porque de lo contrario el caso quedaría impune? Estas fueron algunas de las preguntas que se hicieron en la reunión. “Redacciones tan confusas dificultan la prueba. ¿Cómo se prueba la misoginia o el odio, si los femicidas muchas veces dicen que mataron a su esposa o a su ex porque la quería tanto?”, indicó a este diario Núñez.
Voluntad política
Aunque su incorporación a los códigos penales en países de la región es bastante reciente (en 2007 en Costa Rica, en 2008 en Colombia y en 2010 en Chile y El Salvador, aunque en este último país entrará en vigencia en 2012), no se conocen condenas, observaron las expertas del Cladem. “Pero más allá de cómo esté tipificado, mayoritariamente acordamos en que el derecho penal no es idóneo para combatir la violencia contra las mujeres”, indicó Núñez, coordinadora regional del Cladem. Y agregó: “La mayoría opinó que no es necesario tipificar el femicidio como figura autónoma porque ya existe la figura del homicidio e incluso con agravantes por el vínculo”. El problema que observan en los países de la región, advirtió Montaño, es la falta de voluntad política para ejecutar políticas públicas integrales contra la violencia hacia las mujeres. “No se asignan presupuestos, recursos humanos, técnicos e infraestructura para que se lleven adelante”, cuestionó. “En los casos en los que no se tiene la figura penal, ese hecho se toma como excusa para no tener estadísticas sobre femicidios”, señaló Núñez.

GRACIAS BETTINA!


El espejo que no queremos mirar Por el doctor Luis Federico Arias, especial para Ape (*)

 (APe).- Las crónicas periodísticas repiten y propalan de modo recurrente la existencia de ilícitos cometidos por “menores”, quienes -según la aceitada maquinaria comunicacional- parecen ser en gran parte, los responsables de la grave sensación de inseguridad que padece nuestra sociedad, como si el único lugar posible para los pibes fuera esa cartelera mediática que los exhibe como victimarios de hechos violentos, soslayando la sombría realidad que agobia a gran parte de nuestros jóvenes, con hogares sumidos en la pobreza estructural, en un contexto de analfabetismo, disfuncionalidad familiar, adicciones, segregación social, indiferencia, desigualdad, falta de oportunidades y discriminación, entre otras formas de violencia sistémica o estructural.
Esta situación de vulnerabilidad en la que se hallan sumidos nuestros jóvenes, que suele generar sentimientos de humillación, odio y resentimiento por parte de quienes lo padecen, ha sido completamente “naturalizada” por los sectores medios de la sociedad, que guiados por la razón del consumo, declinan su compromiso y niegan la verdadera dimensión de esta problemática, sin asumir sus consecuencias en innumerables casos de niños víctimas del hambre, el frío, las enfermedades asociadas con la pobreza, u otras situaciones que no logran gran impacto mediático, y sin embargo, arrojan decenas de muertos cada año.
Por su parte, los jóvenes expulsados del paraíso glamoroso del consumo, procuran alcanzar por todos los medios posibles el umbral que los acerque a la imagen estereotipada de consumidores medios que nos impone la religión del mercado, para ser reconocidos por la sociedad. Pero las deidades del consumo no están de su lado, por más que se esfuercen en lucir los símbolos religiosos de nuestro tiempo (zapatillas de marca, celulares de última generación, etc.), porque el dios de este tiempo genera incesantemente -al igual que todo proceso de producción- estos “desperdicios” vivientes que habitan los vertederos humanos.
La retórica política y su accionar, también parecen orientarse a los sectores medios del consumo, al punto que, la política misma se parece bastante a un producto de consumo, en tanto se desenvuelve bajo las mismas reglas del mercado y su actividad se endereza a la conquista de ese espacio que constituye el electorado activo, cuyo voluntad es cambiante y voluble. Esto es lo que sucede en nuestro medio con la recurrente proclama del Gobernador Scioli, quien intenta explotar el miedo colectivo de los sectores medios, propiciando la necesidad de bajar la edad de imputabilidad de los “menores”. Pero esta propuesta no encuentra sustento en acciones políticas concretas de su Gobierno respecto de los niños, jóvenes y adolescentes; no implica compromisos presupuestarios y no tiene costes políticos, puesto que el cambio legislativo que propicia depende una modificación legislativa a cargo del Congreso Nacional. Desde esta perspectiva se advierte que la citada decisión alberga un análisis de costo-beneficio, donde hay mucho que ganar y poco que perder. Esta situación no difiere de otras, donde prevalece una retórica a favor de los sectores más vulnerables -opuesta solo en apariencia a la anterior-, sin arraigo en acciones políticas concretas de integración social.
Esta retórica que parte de una situación de otredad y exclusión, se ve reflejada sistemáticamente en la actividad judicial dominada por ese estado de indiferencia, que se materializa cuando el poder político es requerido judicialmente para brindar respuestas a alguna de estas problemáticas sociales. Los funcionarios respectivos suelen mostrarse esquivos y eluden cualquier compromiso, brindando respuestas o soluciones formales que generalmente son paliativos temporales e inadecuados. Y si la justicia emite una orden judicial adversa, para brindar satisfacción a los derechos de los niños, el pronunciamiento judicial suele ser percibido políticamente, como un acto conspirativo que responde a intereses políticos subalternos de la justicia.
Sin embargo, otra es la actitud cuando las puertas de la justicia se abren de par en par para juzgar penalmente a quienes se los califica de “menores delincuentes”, en sintonía con las políticas represivas/regresivas legitimadas por los sectores medios del consumo que proclaman políticas más enérgicas en materia de seguridad, guiados por sentimientos neofascistas que, sin ser asumidos directamente por el poder político, son alentados o desarrollados por la maquinaria mediático-política.
No es posible desconocer que nos desenvolvemos en una sociedad que presenta un estado de fragmentación y de violencia desconocido para quienes hemos crecido bajo otro paradigma, pero ello no implica que debamos atribuirlo a los jóvenes y los sectores más vulnerables, porque más grave aún que la violencia interpersonal que llena las páginas de los periódicos, es aquella que se deriva del abandono y la exclusión perpetrada por el Estado, y legitimada desde ciertos sectores de la sociedad, de un modo solapado y lacerarte. Es necesario tomar conciencia que los jóvenes reproducen a su modo, con sus rudimentos, aquello que perciben desde la sociedad y el Estado, a modo de un espejo que nos devuelve la imagen de lo que somos y no queremos mirar.





(*) El doctor Arias es juez en lo Contencioso Administrativo de La Plata.


GRACIAS MELI!!!!

23/3/11

Signo de amor


CUANDO LO QUE SE PIDE ES NADA
La demanda de amor es “demanda incondicional de la presencia y de la ausencia” –destaca el autor–: “El amor requiere la presencia, el ‘Aquí estoy’ del Otro”, pero esa presencia “toma su valor extremo, vital, si el Otro no está”, por eso “la carta de amor tiene una función eminente”. Y aun en oscuras fantasías como la del niño que es pegado, “lo que se encuentra al inicio es una cuestión de amor”.


Por Jacques-Alain Miller *
¿Tendrían los hombres idea del amor si las mujeres no les enseñaran? En verdad, es dudoso. Para ambos sexos eso empieza con la madre. Es cierto que aquello que se da no lo es todo. También están el arte y la manera: si se considera el modo en que se hacen los regalos, puede decirse que el arte y la manera de dar valen más que dar mucho. Los japoneses son muy buenos para dar naderías rodeadas de una pompa sensacional. Me ha ocurrido recibir regalos de japoneses. Debo decir que eran de lo más exquisito, aunque fuesen naderías. También se puede pensar en esa ceremonia con la que saben rodear la producción de una taza de té. Es un gran despliegue de artificios, de maneras, de arte, para, finalmente, muy pocas cosas: un pequeño vertimiento que, gracias al arte y la manera, toma el valor de un elixir, de una quintaesencia. En el amor es igual. Si ustedes no lo rodean de una suerte de ceremonia, el pequeño vertimiento tiene un valor muy, muy relativo.
Con el alimento, es igual. A tal punto que hace unos años, al volver de Japón, hice una pequeña anorexia. Si en Kyoto los alimentan durante una semana con comidas que constan de un considerable número de platos, a cual más pequeño –donde hay una cosita escondida, envuelta, una miniatura de alimento, bocaditos, semibocados con la superficie ocupada esencialmente por el delicadísimo envoltorio–, al regreso, cuando vuelven a los churrascos, el puré, la cabeza de ternera, las pezuñas de cerdo, se dicen: Ya no puedo comer eso, y se vuelven un poquito anoréxicos. Al regresar de allí demandamos nada, encontramos que aquí todo es excesivamente pesado. En Japón se aprende a consumir nada. Es delicioso.
Esto contrasta con lo que se llamó la sociedad de la abundancia. Pero, para que esa nada tenga valor, debe venir por añadidura, debe ser un suplemento; un suplemento de nada.
En nuestras calles de la sociedad de la abundancia se multiplican los mendigos. ¡Qué figura fascinante es el mendigo! Hoy no puede hacerse su elogio: son desempleados. Es muy difícil recuperar el valor eminente que el mendigo tuvo en la historia, antes que el trabajo se volviera un valor esencial, antes que entrara en el superyó. Hubo una cultura de la mendicidad, un mito del mendigo. En el Medioevo, volverse mendigo era un recurso. Ustedes dejan todo por el amor de –por el amor de Dios, por el amor de Cristo, por el amor de una mujer–, y se van a pasear su falta por el mundo; así dan a los otros la oportunidad de hacer buenas acciones –por el amor de Dios–. Solución formidable, devenir así (por otra parte suelen ser más bien hombres que mujeres) una falta ambulante, una falta peregrina. Claro que hoy pueden caer bajo la crítica de ser una boca inútil. Hoy se trata mal a las bocas inútiles. Pues bien, es lo contrario: las bocas inútiles son muy útiles. Se consagran a hacer presente el agujero; un agujero con derechos sobre quienes tienen, sobre quienes están colmados. Es una invitación a que éstos se descompleten.
Lamentablemente, los mendigos se transformaron en holgazanes. El término holgazán [fainéant] data de 1321. Holgazán es quien hace nada [fait néant]. ¡Es formidable ser holgazán! Pero en cierto momento de la historia del buen Occidente ya no se pensó más que en poner a trabajar a los holgazanes, en extraer su fuerza de trabajo para la producción. Eso permitió convertirlos en desempleados para que los otros trabajen tanto más y por mucho menos –ese es el uso del desempleado–. Debería honrarse al holgazán. En efecto, hacer nada es angustiante. A veces, para librarse de la angustia, uno hace algo, no importa qué; se mueve, se agita.
Tomo estos atajos para hacer el elogio de algo que las mujeres han logrado en Occidente: que los hombres respeten la nada. No lo lograron tanto en Japón, pero sin duda no lo necesitaban, pues allí todo el mundo respeta la nada. En Occidente lograron, en el curso de una larga elaboración del amor, que los hombres respetaran la nada. Piensen en ese momento distinguido por Lacan, el del amor cortés. Un retoño del amor cortés es el preciosismo. Floreció en el siglo XVIII, especialmente en Francia, donde se vieron las mayores expresiones de esa gigantesca empresa de educación del hombre por parte de las mujeres. Además, en el siglo XVIII el gusto mismo se convirtió en un problema teórico. Se indagó cómo hacer para que las maneras se refinaran y que, en vez de caer sin vueltas sobre el objeto de la necesidad, se empezara a hacer lo que villanos y toscos llamarían zalamerías.
El cortesano es una forma pulida del caballero. Su aparición estuvo vinculada con el crecimiento del Estado, que exigió dejar en la puerta la lanza, la espada, la armadura. Hoy en día, curiosamente, en algunas culturas se observa cierta renuncia femenina. El feminismo, en las formas estridentes que a veces toma en Estados Unidos y que quizá nos llegarán de allí, el feminismo valeroso, guerrero –ellas son las que toman la lanza, la espada y la armadura–, está quizá fundado en una decepción, la de que el hombre sigue siendo un burro, es radicalmente ineducable, y para que se comporte tal vez haya que amenazarlo sin cesar con las iras de la ley. En Francia y entre los latinos todavía es diferente. Para una mujer, sigue siendo esencial el signo de amor.
Ella busca el signo de amor en el otro, lo espía. Quizás a veces lo inventa. El signo de amor es tan frágil, tan fugaz, que hay que hablar de él con todos los miramientos. El signo de amor es a la vez mucho menos y mucho más que la prueba de amor. La prueba de amor siempre pasa por el sacrificio de lo que se tiene, es sacrificar a la nada lo que se tiene, mientras que el signo de amor es una nadería que se marchita, que decae y se borra si no se la trata con todos los miramientos, si no le testimonian todas las consideraciones.
“¿Estás aquí?”
Lacan distinguió entre la demanda simple y la demanda de amor. La demanda simple ya tiene un efecto de significantización de la necesidad; más allá, la demanda es demanda de amor, es decir, demanda de nada o “demanda incondicional de la presencia y de la ausencia”, como dice Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”. ¿Por qué demanda “de la ausencia”? La presencia es el puro llamamiento a que el Otro esté y dé signos de su presencia; que al menos diga que está, que dé signos de su existencia; que responda, pues, al llamamiento, o que llame para decir simplemente: “Aquí estoy”. Ahora bien, que el Otro diga “Aquí estoy” por cierto sólo tiene su valor extremo, vital, si no está. Es en ese caso cuando en verdad vale algo. Si el Otro está aquí, dándoles la mano, y ustedes son muy sofisticados, pueden aún demandarle: “¡Dime que estás aquí!”; sobre todo si el señor que les da la mano es un obsesivo, que justamente piensa en otra cosa. Podemos entonces exigir “¿Estás aquí?” aun en presencia del Otro. Pero en fin, el hecho de que diga “Aquí estoy” tiene su valor vital cuando él no está. Por eso Lacan, en su Seminario XX, decía que la carta de amor tiene una función eminente en el amor. En general, solo se envía una carta a alguien que precisamente no está. En todo caso, es el testimonio de un tiempo en el que el Otro no estuvo, hasta ese instante en el que se redacta la carta. La ausencia del Otro es también la mía, y toda carta de amor dice: “Tú no estás aquí” y, en tu ausencia de mí y en mi ausencia de ti, estamos juntos, estás conmigo. También existe el teléfono. A veces un llamado telefónico se torna estrictamente equivalente al don del amor.
Entonces, por un lado la demanda, y por el otro la demanda de amor. Está la demanda que tiene algo por objeto, es decir, la demanda del objeto de la necesidad –tengo hambre, tengo sed, etcétera–: allí el objeto, aunque pase por la demanda que lo significantiza, es algo. Y está la demanda de amor, que apunta radicalmente a la nada –un simple signo, una nadería–. En la conjunción entre la demanda y la demanda de amor, está el deseo. Si el objeto en la demanda es algo, y en la demanda de amor es nada, el objeto del deseo es como una amalgama entre algo y nada. Lo que Lacan llamará objeto a –y se hará célebre– es el significante de algo en conexión con nada. Si la demanda de amor apunta a la nada, en asuntos del deseo no puede desatenderse la insistencia de algo –algo absolutamente particular–. Además, en el amor es esencial la relación con el Otro, que distribuye los signos de amor y del cual se espera el signo de amor, mientras que el deseo se sustrae de esta relación con el Otro. El deseo tiene más bien relación con algo en el Otro, y por eso puede ser angustiante.
El deseo, según la fórmula que Lacan propondrá en el Seminario XI, involucra en ti algo más que tú: involucra en el Otro un elemento no conocido por el Otro mismo, que pertenece a la intimidad más reservada del Otro, una intimidad incluso no conocida por ese Otro. Por eso propuse utilizar, para esa zona del Otro, el término “extimidad”. Mientras que el amor depende de los signos del Otro, el deseo está enganchado, estimulado por algo desapegado del Otro. A eso se debe que Lacan, tras haberlos construido en continuidad, se vea llevado a oponerlos. Lo hará bajo una forma dialéctica, marcando que en cierto modo el amor y el deseo tienen la misma estructura, que en el deseo se reencuentra lo incondicional de la demanda. Para articularlos, Lacan dice que hay como un trastrocamiento en el que lo exigido en el amor, lo sin-condición del amor, se invierte. En el amor, el sujeto está sometido al Otro, pero en el deseo lo incondicional se invierte. Si el amor está ligado al Otro, el deseo está ligado a algo desapegado de este Otro, algo que Lacan llamará la causa del deseo.
Con la causa del deseo, el sujeto ya no queda sujeto al Otro. A este respecto, el deseo es una relativa emancipación respecto de los signos de amor. Un deseo decidido –puede reprochársele– no siempre se preocupa demasiado por los signos de amor. Pero eso no está bien. Hay que saber que el deseo decidido no excusa todo. A deseo decidido, amor tanto más cortés.
“Pegan a un niño”
Dije que esta oposición, situada en el origen mismo del concepto lacaniano de deseo, ya tan célebre, acentúa la emancipación del deseo con relación al amor. El ejemplo que da Lacan es elocuente, pues dice que eso ya se ve en el nivel del objeto transicional. (N. de la R.: El psicoanalista Donald Winnicott desarrolló la noción de objeto transicional: es, por ejemplo, un muñequito o una manta, que llega a adquirir una importancia vital para el niño pequeño, sobre todo en ausencia de la madre o al ir a dormir.) El objeto transicional consiste en tomar un trocito, y luego ¡ciao al Otro! El objeto transicional de Winnicott permite al sujeto remitir el Otro a sus fallas o a su falta y resistir el impacto, pero Lacan señala que es apenas el emblema del objeto a; apenas una representación imaginaria, en imágenes, del objeto a, cuyo lugar está en el inconsciente. El objeto a no es el objeto transicional: la observación de este último sólo sirve de apoyo. El objeto a está en el inconsciente.
Esta presencia del objeto a en el inconsciente permite sostener que el fantasma inconsciente siempre tiene, según la fórmula de Lacan, un pie en el Otro; pero no los dos, dado que a está desapegado del Otro. Pueden remitirse a la construcción que Lacan retoma de Freud con su comentario del fantasma “Se pega a un niño”. (N. de la R.: “La fantasía de presenciar cómo ‘pegan a un niño’ es confesada con sorprendente frecuencia por personas que han acudido al tratamiento psicoanalítico, y surge probablemente aún con mayor frecuencia en otras que no se han visto impulsadas a tal decisión (...) La confesión de esta fantasía cuesta gran violencia al sujeto”; S. Freud, “Pegan a un niño. Aportación al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales”, 1919.)
Freud distingue tres tiempos de elaboración, al último de los cuales corresponde la fórmula “Se pega a un niño”. Muestra cómo, en estos tres tiempos, hay una transformación de las fórmulas. La segunda fórmula, señala, es la que debe ser reconstruida porque nunca es recordada por el sujeto. Esta fórmula es: “Yo soy azotado por el padre”, y a su vez toma su valor de la transformación de la primera fórmula: “El padre pega al niño que yo odio”.
Lacan glosa esta fórmula, que así pasa a ser: “Pega a mi hermano o a mi hermana por miedo a que yo crea que él es el preferido”. Sostiene que allí hay una forma intersubjetiva desarrollada, muy articulada. En efecto, en esta primera forma del fantasma, que luego de la transformación dará “Se pega a un niño”, está en juego el amor: pegar al otro niño vale allí como signo de amor dado por el padre al sujeto. Dicho de otro modo, en el origen mismo del fantasma se tiene una posición de amor. Sólo más adelante, después de las transformaciones, tendremos apenas “Se pega a un niño”, donde ya no se reconoce la historia amorosa del fantasma. Pero cuando se reconstituye la genealogía de este fantasma, lo que se encuentra al inicio es una cuestión de amor.
Hay familias en las que el padre efectivamente golpea. Puede haber una familia en la que el padre golpea a los hijos y no a las hijas; por el contrario, las mima. Pues bien, que los golpeados sean los muchachos, las fascina. En consecuencia, ellas pueden verse llevadas a imaginar el goce de ser golpeadas como muchachos, y a preguntarse si ser golpeado no será de hecho una prueba de amor del padre, muy superior al hecho de ser mimado.
El fantasma “Se pega a un niño” está sostenido por una articulación compleja, y la escena que se despeja en la forma final del fantasma es sostenida por toda una historia permutativa, de tal suerte que este fantasma es a la vez una escena, por lo cual pertenece a lo imaginario, y el resultado de una transformación simbólica que la hace una escena significantizada, coagulada, hierática, sagrada. Se parte de una pregunta sobre el amor, y se llega a la escena separada. Estas imágenes indelebles, si bien pertenecen a lo imaginario, sólo toman su función de lo simbólico: la historia de la que se desprende el recuerdo encubridor. Y para el sujeto esas imágenes perduran como un hueso; se le quedan atragantadas, permanecen con un carácter paradójico, escandaloso, incluso vergonzoso: quedan como lo real de esa elaboración simbólica.
Nada
La tesis de Lacan es que la demanda de amor no es demanda de un objeto, sino de nada: no demanda esto o aquello, un objeto en particular, sino que demanda lo que sea, y es entonces indiferente a la particularidad del objeto: lo que sea, siempre que tenga el valor de prueba de amor. Lo que sea, siempre que signifique: “Tú me faltas”. En este sentido, el don de amor que rodea, que apremia al don del objeto, tiene un valor exactamente inverso. Dar es, ante todo, decir. “Yo tengo, yo poseo”. Dar destaca el tener del Otro, pero el don hecho al Otro en calidad de signo de amor significa, más secretamente, que yo no tengo, que me faltas tú. De tal suerte que, si bien en ambos casos se dirige al Otro, hay no obstante un desdoblamiento. La demanda surgida de la necesidad se dirige al Otro en la medida en que el Otro tiene, mientras que la demanda de amor se dirige al Otro en la medida en que no tiene. Esto es lo que justifica definir el amor como el don de lo que no se tiene: dar prueba de la propia falta.
* Texto extractado de Donc. La lógica de la cura, de próxima aparición (ed. Paidós).



Cremar a las mujeres


 FORMAS DEL FEMICIDIO

Por Isabel Lucioni *
He visto con sumo agrado a Eva Giberti defender con serena energía el carácter delincuencial del que es agresor y asesino de mujeres, consolidando la figura del femicidio, constituyente abrumador de la violencia doméstica. Me tranquiliza que, como en otras opiniones, no empiece a contar la penosa historia infantil del agresor, que probablemente haya sido así, pero que no debe terminar en “pobrecito el delincuente”. Así lo hacen sesudos estudios de juristas que al encontrar en falta a la sociedad, no sin razón, permiten que se invierta la carga de la culpabilidad recayendo ésta sobre la víctima que, en tal caso, la debemos considerar el sacrificio debido o el “daño colateral” de la impunidad que debemos garantizarle al delincuente.
¿Por qué está ocurriendo esto? Quizá no sea tan misterioso: Hay que mirar la historia hasta el inmediato pasado y todavía hoy hasta el presente. Actualmente en la India hay muchas esposas quemadas por el marido o por la suegra a la que no le gustan; cuando llegaron los colonialistas ingleses quedaron horrorizados porque, al morir un hombre hindú, moría la esposa quien debía subir a la pira de cremación e incendiarse con él, tan relativa es la relatividad del relativismo cultural.
Probablemente hasta el siglo XVIII duró en la legislación inglesa la autorización al marido para que pegara a su mujer con una vara “del grosor del dedo pulgar”. Los varones vienen teniendo largos milenios en los que su identidad fue definida por su poder y superioridad en contraposición a otra, que era su contexto de definición: una identidad de déficit, de carencia correspondiente a la mujer.
¿Por qué puede estar aumentando el crimen contra nosotras? Justamente por lo incipiente del hecho de que se nos considere seres humanos del mismo valor.
Hasta la década del ’70, “la patria potestad era masculina”; hace muy poco en términos históricos que la “matria” potestad confluyó en la patria potestad. No olvidar que pudimos votar desde la década de 1950 y aún hoy hay países en que la mujer no lo hace, no olvidar que muchas fórmulas matrimoniales modernas indicaban que la mujer “obedecería y seguiría” al marido.
Era de esperar que hubiera una exacerbación de violencia por parte de identidades masculinas que atávicamente se han sentido dueñas de otro ser humano que, hasta hace poco, les debía sumisión y hasta la vida. Esto no es negar el amor en la sexualidad como una fuerza primordial, pero el deseo de dominación y posesión también es primordial.
Por todo esto no olvidemos que la psicosexualidad masculina une agresión con placer sexual mucho más de lo que puede unirse en la mujer. Los violadores son varones, vienen equipados con un arma que puede ser tanto instrumento de amor como de agresión física. La testosterona está vinculada al deseo sexual pero también tiene vínculos con la capacidad agresiva. Al fin y al cabo, no somos las mujeres las mayoritarias consumidoras de prostitución y de prostitución travesti. Sin que vaya a entrar en comidillas acerca de las damas romanas y los gladiadores...
Nos seguirá costando todavía a las mujeres una larga lucha por la autonomía y valoración de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Otro ejemplo es la penalización vigente del aborto: todos los cuerpos son autónomos, menos el de la mujer, cuyo vientre está socializado en las sociedades de la propiedad privada; una vez que su óvulo recibe un espermatozoide, es un vientre socializado sobre el cual ya no tiene disposición, aunque haya faltado su disposición voluntaria para que la fecundación ocurriera. Podemos ser dueñas de nuestros bienes (tampoco desde hace tanto) pero no del bien primordial que es el propio cuerpo.
Aunque ahora es un BRIC admirable por muchos aspectos, en la India los abortos son selectivamente mayoritarios sobre embriones y fetos femeninos, elegidos ahora gracias a la ecografía. En China también se hace esto y no se ha abandonado el infanticidio que cae fundamentalmente sobre las niñas.
No olvidemos que a Barreda le gritaron: “¡Idolo!”.
Así como hay varones que están desarrollando una tranquila pasividad, valorando y aprovechando el que la mujer los mantenga, hay otros que no terminan de aceptar la libertad femenina, ni siquiera la de elegir el largo de su pollera. Reaccionan entonces con furia desde la vieja identidad en vías de pérdida; la furia narcisista es de tal magnitud de odio que no le basta con golpear y matar: quiere hacerla desaparecer como se crema a un cadáver, la ataca por el fuego: ni siquiera en el cajón tendrás tu rostro; desaparecido éste por el fuego no sólo quiero que no existas, no quiero que quede rastro de tu identidad sobre la tierra.
Ultimamente se aclara que a esto no se le debe llamar crimen pasional. En la imaginación colectiva puede asociarse pasión con pasión amorosa, pero no es así. En estos crímenes no hay ni un ápice de amor. Se trata de una orgía de dominio y posesión. Lo peor del narcisismo. Una forma perversa del amor a sí mismo.
* Psicoanalista.

“Cuando yo vine a este mundo...”


 ADOPCION, APROPIACION, AHIJAMIENTO


La autora diferencia entre el niño adoptado –“que está seguro de haber sido deseado”–, el niño apropiado –donde “el vínculo empezó con la gran mentira”– y el ahijamiento –“padrinazgo vinculado a cuidados generales, que también tiene sus riesgos”–.



 Por  Lía Ricón *
Cuando se confecciona una historia clínica, se consigna si quien consulta ha sido adoptado. Es un dato de interés sobre el que es importante hacer algunas consideraciones. El hijo adoptado no surgió del cuerpo anatomofisiológico de quienes le van a dar los cuidados indispensables para sortear la intensa indefensión en la que se nace. Estos cuidadores han decidido hacerse cargo de un niño que no tiene la herencia de sus cuerpos. Esta descripción quiere decir solamente que el organismo que somos en el momento del nacimiento no surgió genética ni epigenéticamente de los cuidadores. Lo que va a ocurrir durante toda la vida del infans va a tener relación directa con lo que será el discurso de quienes fuertemente desearon tenerlo y conseguir que saliera de su condición de organismo para advenir a la de sujeto. El hijo adoptado está seguro de haber sido deseado, a veces buscado por mucho tiempo. Sus cuidadores, padres adoptivos, han tenido que renunciar al narcisismo de esperar semejanza de características. Se han lanzado a una aventura un poco más riesgosa que la de tener hijos de la carne. Digo un poco, porque nadie puede hacer previsiones seguras sobre cuáles serán las condiciones que se transmitirán a través de sus células germinales.
Hay distintos tipos de adopciones. A veces no se conocen los orígenes, ni óvulo, ni espermatozoide que produjeron el organismo. Otras veces se sabe y se sabe también que éste fue un producto no deseado por quien lo albergó en su vientre. Puede quedar la duda sobre si se trató de un gesto altruista por no poder hacerse cargo de una crianza o si fue simplemente un embarazo no deseado, accidental, que no tuvo nada que ver con el deseo humano de tener un hijo. Así como para que se desarrolle el óvulo fecundado que será un organismo viviente es indispensable que las paredes del útero como cavidad puedan separarse y dar lugar a esa nueva vida, de la misma manera es indispensable que la mente de los que van a ayudar al desarrollo del nuevo ser tenga un lugar para que la vida se desarrolle. Si mencionamos un lugar en el útero se entiende fácil. Lo mismo podemos decir del lugar edilicio, una cuna, un cuarto, un lugar. La capital importancia del lugar en la mente es más difícil de entender. El embarazo, podemos decir que cuando es exitoso, baja de la mente al útero. Los psicoterapeutas sabemos bastante de estos hijos que no tuvieron lugar en la mente de quienes se ocuparon o no de ellos después del nacimiento. Guillén, el poeta, lo dice en un sentido verso: “Cuando yo vine a este mundo, nadie me estaba esperando”.
Lo que estoy intentando decir es que un hijo no deseado no tuvo ese indispensable lugar en la mente de sus padres y en la estructura social que lo va a acoger. Si este organismo sin lugar en la mente de quienes lo engendraron encuentra a quienes lo están buscando sin poder crearlo con el cuerpo tiene una gran suerte, estará seguro de haber sido esperado y de tener un lugar no meramente edilicio, sino emocional, racional, total.
También hay que hacer una diferencia entre lo vivenciado por la mujer quien aloja al niño en su cuerpo por nueve meses y el varón que lo conoce a través del relato o del contacto con la mujer. Ya había hecho mención de esta diferencia y me parece que es importante, ya que hay un gesto en el embarazo que va del hombre a la mujer. El varón introduce el espermatozoide que fecunda al óvulo y da comienzo al nuevo organismo. Pero es la mujer quien informa sobre lo que está pasando en su cuerpo y retroactivamente embaraza al hombre. La reproducción de los humanos no es partenogenética, requiere de la pareja de padres. De aquí la diferencia de la que estoy hablando. Los varones aparecen como adoptantes de los hijos aunque hayan aportado el espermatozoide. El gesto romano de nombrar al hijo que nace da cuenta de este hecho. También como ya dije se ve una diferencia entre la modalidad femenina y la masculina de sostener la cría. La madre es más posesiva, el rol nutriente de los primeros tiempos parece prolongarse. El varón lo mantiene más a distancia. En términos del dicho popular, la madre parece contribuir más a las raíces, el padre, cortando el vínculo diádico a dar alas. De todos modos quede claro que se trata de roles que hay que cumplir, no de destinos del imaginario social que pueden ser tan deletéreos para todos.
Todo énfasis exagerado en los rasgos de género es opresivo, discriminatorio, marginalizador. Obstaculiza una libre elección de ser como resulte más adecuado a la totalidad de cada uno, a su historia, a sus preferencias, a sus elecciones de objeto.
Una observación corriente es que los hijos adoptados se parecen a sus padres adoptivos. Esto va por cuenta del significado de ser hijos de la carne y del espíritu, como ya dice la Biblia. El espíritu sería el discurso en el que nos incluimos a partir de la palabra, el discurso de la familia, de la sociedad en la que vivimos, la cultura que nos acoge.
Los estudios de las neurociencias ayudan a entender aspectos de lo que estoy planteando, especialmente a través de lo que se puede conocer sobre los distintos tipos de memoria. Hay memorias que están siendo estudiadas y que nos alertan a ser muy cuidadosos con respecto a los aspectos conscientes e inconscientes de nuestra conducta. Esto quiere decir que podemos no ubicar racionalmente, intelectualmente un hecho concreto pero vivencialmente experimentamos sus consecuencias. En lo referido a los hijos adoptados, hay memorias corporales que debemos respetar, especialmente con relación al tiempo vivido por el niño entre el parto y el encuentro con los cuidadores. Me apresuro a decir que no solo después del parto hay memorias. Los ejemplos de memorias intrauterinas son numerosos y me llevan al tema que quiero abordar a continuación: la triste experiencia de lo que los argentinos llamamos apropiación.
En la apropiación no hubo abandono del hijo, hubo robo y entrega a otras personas que empezaron el vínculo a partir de la gran mentira del ocultamiento, el secuestro, la muerte, el asesinato. La situación es fuertemente distinta y preocupante. Lo vivido antes de la apropiación no está olvidado, está simplemente en un lugar no accesible a la memoria racional, episódica, de hechos concretos, pero se mantiene actuando intensamente.
Los cien nietos recuperados por el grupo de abuelas de Plaza de Mayo dan testimonio permanente de estas memorias y de sus efectos. El mejor de los tratos dado por apropiadores que pueden haber tenido distintos niveles de conocimiento de la situación no hacen desaparecer la necesidad de entender lo que en cada persona está pasando con estas vivencias a veces sólo corporales, visualizables en actitudes generales, en orientaciones de la vida, en apetencias e intereses, en sueños, en temores, en alegrías súbitas.
El niño apropiado tiene un hueco en sus memorias que hoy sabemos no siempre es posible de llenar a través de la introspección. En términos del modelo freudiano, no resolvemos el problema “levantando la represión”, esto es por “vía de levare”, sino acercando los datos concretos, “por vía de porre”. Necesitamos como en otras situaciones de nuestra tarea el contacto con las familias y con la sociedad en general para que se pueda entender lo que se está viviendo a veces muy dolorosamente.
Nadie podrá suponer que es indiferente saber que quienes los engendraron no los abandonaron, pudieron haberlos deseado y haber sido obstaculizados en la posibilidad de continuar los cuidados. No es indiferente saber que se tiene una familia que lo estuvo buscando por tanto tiempo. En las situaciones menos traumáticas el hijo apropiado, que puede haberse transformado en adoptado, como se ha dado en muchos casos, tiene dos familias, la de quienes lo engendraron y la de quienes lo criaron. Esto ocurre; quien quiera enterarse sólo tiene que buscar los datos.
Una última reflexión sobre este tema: los humanos no somos meros organismos como los otros mamíferos; aunque también los gatitos tendrán memorias, somos sujetos, sujetados a una cultura que no puede sernos negada y a la que tenemos todos los derechos de acceder.
Otro asunto destacable es el de ahijamiento. Ahijado y padrino o madrina viene de la tradición católica. Los padrinos serían quienes estuvieron elegidos por los padres para ocuparse del niño si ocurre la muerte o la enfermedad inhabilitante para seguir proporcionando los cuidados. La obligación contraída por el padrinazgo estaba especialmente vinculada a la educación religiosa, al mantenimiento de los principios rectores de la fe cristiana.
La tradición católica ha sido reemplazada por un padrinazgo vinculado a cuidados generales que aparecen como un referente que se puede tener por fuera de la familia oficial. Parece ser más vale una costumbre, una gentileza con amigos que los ubica en un lugar de mayor intimidad. Sería como llamar tíos a los amigos de los padres.
Lo menciono porque he recibido consultas vinculadas a un exceso en las posibilidades de mando de estas figuras, que se arrogan derechos sobre los niños por haber sido nombrados padrinos. Como ya lo he mencionado, la función de la familia extendida tiene también sus riesgos. Lo mencionado como multiparentalidad se apoya muchas veces sobre esta búsqueda de ayuda para dar raíces a los vástagos. Puede ser bueno, pero también puede obstaculizar la autonomía y la independencia.
El conocido pediatra argentino Florencio Escardó ironizaba la frase “madre hay una sola”, diciendo que por fortuna es así, ya que sería imposible soportar dos. Esto puede aplicarse en algunos casos a este personaje que estoy mencionando. También hay padrinazgos y madrinazgos que son referentes contenedores cuando las funciones paterna y materna se debilitan por cualquier motivo.
Lo que entiendo como fundamental en esta trama de referentes que se organiza en el cuidado de los niños es que se acepte la divergencia. Es importante que el niño, el adolescente, el joven tenga acceso a distintos modelos de comportamiento. Esto permite las opciones por uno o por otro. Lo riesgoso es que el adulto crea ser poseedor del único modelo válido. El problema es el pretendido establecimiento de verdades absolutas, de reglas únicas a las que hay que someterse.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Una invención particular


IDEAL FAMILIAR Y DERECHOS DEL NIñO



Por Adriana Laión *
Una niña de 6 años, la menor de cuatro hermanos, se encuentra con el análisis a instancias de la derivación judicial. Ella ya traía una solución, su invención particular, en la que se orienta y sostiene su lazo social, "su familia son sus hermanos".
Esta niña mantuvo con firmeza y determinación esta solución de la que se pudo responsabilizar en el análisis y que le procuraba una satisfacción paradojal. Pero la insistencia judicial fue tal, que luego de varios años de análisis, encontró una posibilidad de colocar su voz: ir ella a explicarle al juez las razones de su decisión de "no querer ver a su padre". Así pudo a partir de su deseo "ubicar un decir particular en el campo del derecho", convenciendo al juez para que no insista más en la restitución de una relación imposible para ella.
Cada vez recibimos más demandas derivadas del campo del Derecho para tratar la restitución del vínculo padre hijo que la justicia misma ha interrumpido por causa de abuso, malos tratos; pero que pasado un tiempo y habiendo "castigado" al culpable se presupone que lo "mejor" que puede pasarle a ese niño es restablecer esa relación filial.
Dicha presunción se sustenta en un ideal familiar y en los derechos del niño a tener una relación con su padre, un derecho para todos, que según este discurso conlleva beneficios para la salud mental del niño.
Desde el psicoanálisis sostenemos como nos recuerda Eric Laurent que "la incidencia en el inconsciente del sujeto de la cuestión del padre no se agota con la consideración de su estatuto jurídico".
Si entendemos la locura como un modo original de abordar el lenguaje, por lo cual el sujeto está condicionado a devenir inventor, la práctica del psicoanálisis implica escuchar cómo, teniendo en cuenta lo enunciado anteriormente, cada niño puede a partir de lo real en juego que implica el encuentro con un padre abusador, maltratador, sintomatizar esa contingencia. Esa solución devenida invención singular resulta un modo de goce que solo el discurso analítico puede alojar.
* http://www.ebp.org.br/enapol

Pobres padres progres.


Por 
Ana Laura Cleiman
acleiman@miradasalsur.com

Contradicciones burguesas de la paternidad: entre el autoritarismo y la falta de límites
Camilo tiene cuatro años y está en su clase de básquet. Corre de un lado a otro y no sigue al resto del grupo. El profesor le llama la atención: “Camilo, quedate quieto y esperá en tu lugar. Sino, te vas a un costado y no hacés el ejercicio”. Desde la grada, el papá de Camilo se horroriza por lo que escuchó como un maltrato, una indicación autoritaria a ese chico al que en casa nada se le impone, todo se le explica. Camilo se quedó quieto, tiró al aro y erró. La clase continuó sin problemas. El límite del profesor inquietó más al papá que al hijo. “Nadie le habla así a Camilo. Ni yo, ni su mamá. Me sentí avasallado por su autoridad. Pero me quedé pensando en lo difícil que nos resulta poner límites y en si la persuasión es la mejor herramienta para resolver todo. Siempre tratamos de que Camilo haga todo con ganas y alegría, hasta las obligaciones; que nada sea resultado de la exigencia.”
A la actual generación de padres de entre 30 y 40 años les toca vivir un cambio en relación a la autoridad respecto de su propia crianza. En la búsqueda de querer salir del modelo de “esto es así porque lo digo yo” o “te callás y punto”, a veces se enfrentan a las dificultades de poner límites. Muchas veces la experiencia, e incluso los distintos especialistas, evidencian las contradicciones que presentan en el vínculo. Porque durante la infancia de sus hijos, ser fieles a la doctrina progre que predican –la de la total libertad– no siempre les resulta. Ejemplo: defienden la escuela pública, pero cuando los hijos llegan a la etapa escolar terminan optando muchas veces por el ámbito privado; buscan el consenso con ellos, para que nada se haga a la fuerza, pero con explicaciones no siempre logran establecer el límite; y en la búsqueda del acuerdo común con los más chicos, el criterio del adulto corre el riesgo de no prevalecer.
El psicólogo clínico Ricardo Levy afirma que el tema de los límites genera muchas dificultades tanto en los padres como en la sociedad en general, aún en el área de las matemáticas, ciencia exacta por excelencia, el concepto de límite es uno de los más complejos de entender. “Los límites son efectivos cuando los padres pueden ser lo suficientemente enérgicos y decididos con una actitud que combine firmeza y contención. Cuando con palabras, actitudes y hechos le confirman al niño que en la casa mandan ellos, producen en el hijo el enorme alivio de tener en quién apoyarse”, cuenta Levy, especialista en niños, adolescentes y familias.
Para el psicoanalista y especialista en psiquiatría de la infancia Juan Vasen, el contexto en que se desarrollan hoy los modelos familiares es determinante de esta problemática. “Lo que han cambiado son las condiciones para la puesta de límites, no para los padres progres, sino para todos los padres. Las condiciones cambiaron pues lo que ha cambiado es la relación ciudadano-consumidor. Antes, los chicos se formaban como ciudadanos; había ideales, nortes, padres adultos que sabían lo que había que hacer. Hoy, eso ha cambiado. Entonces empieza a haber una zona mucho más simétrica entre chicos y padres, en donde los saberes se disputan, ‘a ver quién tiene razón’. Y en el reino del consumo, el saber queda degradado a opinión.”
Vasen explica que ponerse en el contexto de hace 30 años es imposible, y que no es bueno generar una suerte de nostalgia del pasado en donde los padres autoritariamente ponían límites, ya que eso resulta paralizante. “Hay que ayudar a los padres a entender que las condiciones en las que transcurren sus vidas y las prácticas de paternidad han cambiado radicalmente. Y que necesitan adecuarse para recuperar un mínimo de consistencia y de autoridad absolutamente necesarios. En algún punto, el rol parental siempre requiere de una asimetría.”
El dibujante Miguel Rep retrata algo de esta problemática a través de la tira Gaspar, el revolú: “Me pongo en el lugar de mi personaje progre, y veo que tiene dificultades de parecerse a sus referentes, los que ponían límites. Creo que los límites son una forma de cuidar, y que no hay que tenerlos en el afecto”. En el libro Cuando es preciso ser padres (Ed. Sudamericana), los psicólogos Ricardo Levy y Lilian Banderas analizan los distintos tipos de padres. Claro que no existen los progres en esa clasificación, pero el “padre catedrático” se acerca a esa definición. Es aquel que se caracteriza por utilizar, como recurso excluyente e insistente frente a cualquier situación, la explicación, el discurso y la interpretación. Predica cuando las circunstancias demandan una acción inmediata.
La musicoterapeuta Magdalena Fleitas, directora del jardín de infantes Risas de la tierra, cuenta que la actual generación de padres treintañeros “trata de diferenciarse de su propia educación. Del autoristarismo, se fue al otro polo. El límite es importante porque le permite a los chicos aprender sobre la frustración, los fortalece; los ordena que sea el papá quien dirige. Cuando el nene siente su propio poder, desarrolla el poder de manipular. Desde las instituciones vemos mucho la tendencia a la culpa en los padres cuando tienen que decir no, cuando no los satisfacen del todo. Eso, los nenes lo perciben por sintonía, por vibración”. Sobre el diálogo, Fleitas cree que los límites no deben siempre ir acompañados de tanta argumentación. Hay que entenderlos como una cuestión de criterio que tiene que ver con la jerarquía. Pero que en las otras áreas de la vida, siempre es bueno conversar y profundizar.
Los especialistas coinciden en lo enriquecedor del diálogo. Y en la no menos importante relación asimétrica, con su consecuente establecimiento de normas y límites. Como conclusión, Rep reflexiona sobre Gaspar, su personaje: “Su problemática es la del padre que se supone progre ante hijos que no tienen esa vestimenta. Los progres tienen una crispación y muchos como si. El lío es cómo sofrenan el potro del libre vivir y lo negocian con la corrección racional. Los progres están en problemas. Estoy seguro que vamos hacia otra cosa. El progre es sólo un eslabón, no el hombre nuevo”.

Gracias Bettina Calvi