23/6/11

Contra la medicalización de los chicos


› MANIFIESTO DE PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL

Decenas de profesionales de la salud mental en la Argentina suscribieron un “manifiesto” contra “la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes”, cuestionando el “trastorno por déficit de atención” y otros “etiquetamientos”, y rechazando el célebre “DSM” (Manual de “Desórdenes Mentales” producido por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos).
La declaración cita el “Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” (2005) para advertir sobre “una multiplicidad de ‘diagnósticos’ psicopatológicos que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles. Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios”, ya que “un etiquetamiento temprano, enmascarado como ‘diagnóstico’, puede condicionar el desarrollo de un niño, en tanto él se ve a sí mismo con la imagen que los otros le devuelven de sí, construye la representación de sí mismo a partir del espejo que los otros le ofrecen. Y a su vez será mirado por los padres y maestros con la imagen que los profesionales den del niño”. Por eso, “un diagnóstico temprano puede orientar el camino de la cura de un sujeto o transformarse en invalidante. Esto implica una enorme responsabilidad para aquél que recibe la consulta por un niño”.
“En ese sentido –continúa–, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association), en sus diferentes versiones, no toma en cuenta la historia ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.” “Con el argumento de una supuesta posición ateórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable pueden dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo su profundidad y complejidad, así como las circunstancias histórico-sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, pretende hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.”
Los firmantes señalan que “el DSM en las últimas décadas ha ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base ‘neurobiológica’ que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando. El manual intenta sostener como ‘datos objetivos’ lo que no son más que enumeraciones de conductas sin sostén teórico ni validación clínica, obviando la incidencia del observador en la calificación de esas conductas”.
“Así –explican– el movimiento de un niño puede ser considerado normal o patológico según quién sea el observador, tanto como el retraso en el lenguaje puede ser ubicado como ‘trastorno’ específico o como síntoma de dificultades vinculares según quién esté ‘evaluando’ a ese niño.”
“Esto se ha ido complicando a lo largo de los años. No es casual que el DSM-II cite 180 categorías diagnósticas; el DSM-IIIR, 292; y el DSM-IV, más de 350. Por lo que se sabe, el DSM V, en preparación, planteará, gracias al empleo de un paradigma llamado ‘dimensional’, muchos más ‘trastornos’ y también nuevos ‘espectros’, de modo tal que todos podamos encontrarnos en alguno de ellos.”
“Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos y que su perspectiva, en apariencia ‘ateórica’, oculta la ideología que subyace, la concepción de un ser humano máquina, robotizado, con una subjetividad aplanada, al servicio de una sociedad que privilegia la eficiencia. Esto también se expresa en los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.”
Los firmantes entienden el diagnóstico “a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones. Todos experimentamos transformaciones y, en los niños y adolescentes, estructuraciones y reestructuraciones sucesivas determinan un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Por eso los diagnósticos dados como rótulos pueden ser nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un ‘trastorno’ de por vida.”
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.”
En ese marco, afirman, “predomina la medicalización de niños y adolescentes: con una pastilla suelen silenciarse conflictivas y acallarse pedidos de auxilio que no son escuchados como tales. Práctica que es muy diferente a la de medicar criteriosamente, cuando no hay más remedio, a fin de atenuar la incidencia desorganizante de ciertos síntomas mientras se promueve una estrategia de subjetivación que apunte a destrabar y potenciar, y no sólo suprimir. Un medicamento debe ser un recurso dentro de un abordaje interdisciplinario que tenga en cuenta las dimensiones epocales, institucionales, familiares y singulares”.
Firman: Beatriz Janin, Juan Vasen, Gisela Untoiglich, Leon Benasayag, Juan Carlos Volnovich, Alicia Stolkiner, Hugo Urquijo, Virginia López Casariego, Gilou García Reinoso, Ana Berezin, Juan José Calzetta, Gabriela Dueñas, Carina Kaplan, Osvaldo Frizzera, Elsa Kahansky, José Kremenchusky, Silvia Morici, Mabel Rodríguez Ponte, María Cristina Rojas, Rosa Silver, Luis Horstein, Ruth Kuitca, Miguel Tollo, Susana Toporosi, Pedro Boschan, Jorge Cantis, Gabriel Donzino, Ruth Harf, Alicia Hasson, Norma Filidoro, Alicia Levin, Isabel Lucioni, Graciela Rajnerman, Mariana Rodríguez Ponte, Sara Suzman de Arbiser, Jaime Tallis, Flavia Terigi, Felisa Widder, Alicia Fernández, Enrique Carpintero, Alejandro Vainer, César Hazaki, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Susana Ragatke, Marina Rizzani, Isabel Costa, Rosalía Schneider, Cecilia Kligman, Ricardo Gorodisch, Eduardo Müller, José Cernadas, Magdalena Echegaray, Mónica Favelukes, Griselda Santos, Clara Schejtman, Alicia Gamondi, Elina Aguiar, Mercedes Cicalese, Alicia Grillo, Nilda Neves, Mirta Pipkin, Marina Blasco, Irene Chelger, Alfredo Tagle, Daniel Slucki, Mariana Wikinski, Graciela Guilis, Marcos Vul. Se reciben adhesiones de profesionales e instituciones en www.forumadd.com.ar.


Para cambiar el artículo 34


SITUACION DE LOS “INIMPUTABLES”

Por Leonardo Gorbacz *
Las nuevas muertes en el Borda no son sólo una tragedia, sino también una alarma: el viejo sistema manicomial debe ser reformulado, de cabo a rabo. En menos de 60 días ya llevamos tres muertes: una el pasado 7 de abril, tras el incendio de un colchón, y dos más el 31 de mayo, en la Unidad 20, también en un incendio.
La Unidad 20 es el lugar de alojamiento de las personas declaradas inimputables según el artículo 34 del Código Penal, es decir, personas que han cometido algún tipo de delito pero no son condenadas porque se considera que por razones de enfermedad mental no han podido comprender “la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”.
Esta renuncia del Estado a asignar responsabilidad, lejos de constituir una liberación de la persona, constituye un castigo muchas veces superior al que les corresponde a quienes son juzgados y luego condenados por delitos similares. Esto ocurre porque, si bien no se los condena a prisión, se les impone una “medida de seguridad” que en los hechos consiste en una internación en instituciones psiquiátricas sin plazo determinado, y que requiere para ser levantada, según el código, “que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieren peligroso”.
Esta condición de alta nunca sucede porque, si bien se puede evaluar la ausencia de riesgos inmediatos o claros, nunca se puede afirmar que un ser humano no vaya a protagonizar una situación de violencia, tenga o no una enfermedad mental. Pero, además, porque en la práctica las personas alojadas bajo el artículo 34 son abandonadas a su suerte, sin control efectivo del juez que las tiene a cargo.
Pasa lo mismo que con las medidas de protección de niños de carácter tutelar: como teóricamente no se los está castigando, sino “cuidando”, no se establecen límites a esas medidas, que terminan siendo totalmente desproporcionadas y discrecionales.
Es que no hay peor condena que la que se inaugura cuando se decide que el otro no es responsable de sus actos y por lo tanto requiere, siempre “por su bien”, que otros manejen su vida.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en febrero de 2008, intervino en el caso de una persona internada por haber sido declarada inimputable, donde se planteó una discusión de competencias entre juzgados que en los hechos significó la ausencia de seguimiento del caso: el más alto tribunal sostuvo: “Es dable destacar que M. J. R. ha permanecido privado de su libertad, de manera coactiva, más tiempo incluso del que le habría correspondido in abstracto en el supuesto de haber sido condenado a cumplir el máximo de la pena previsto para el delito cometido”.
La recientemente sancionada Ley Nacional de Salud Mental 26.657 propone una modificación del sistema de salud mental para que la atención no se concentre en los llamados manicomios, sino en los hospitales generales, y se generen dispositivos que apunten a una verdadera inclusión social.
Sin embargo, se necesita también avanzar en otro frente, y es la reforma del artículo 34 del Código Penal para, al menos, establecer que las personas declaradas inimputables reciban verdaderamente un tratamiento interdisciplinario, que pueda consistir en la internación de la persona sólo si ello es necesario, y tenga plazos de ejecución que no excedan los que le hubiera correspondido en caso de que la persona hubiese sido condenada como imputable. En su momento presentamos una iniciativa en ese sentido en la Cámara de Diputados de la Nación; no pudo avanzar, pero allí está para ser insistida y abrir esta discusión pendiente.
Tres muertes en 60 días, pero también miles de vidas desperdiciadas en un sistema de encierro y de aislamiento, nos imponen el deber moral de trabajar fuertemente para construir un sistema de salud mental orientado a la vida y la inclusión social.
* Psicólogo. Ex diputado nacional: autor del proyecto de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657. Asesor de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.


Amor fascista, amor conyugal, amor romántico

 EN LA PAREJA, EN LA POLITICA Y EN LOS CUERPOS

El autor sostiene que “en la Argentina hay un renacer de la pasión política y una recuperación del amor”, y diferencia –para el individuo y para la política– entre tres formas: el amor romántico, “que le acontece al sujeto y lo obliga a tomar posición”; el amor conyugal, “que rehúsa el enamoramiento y busca la seguridad”; y el amor fascista, “que procura tomar posesión del otro”.


http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Emiliano Galende *
Creo que, en la Argentina, constatamos un renacer de la pasión política y una recuperación del amor, especialmente entre los más jóvenes. En principio, el amor supone dos personas que constituyen una comunidad mínima, es decir, son ya una relación social, que implica un lazo social específico. Esta forma particular es sin embargo equiparable a otras formas de lazo social y, también, de enamoramiento, a más de la pareja: así en la política, en el arte, en las disciplinas. Para toda relación de amor se trata, al menos, de dos, pero en cada uno el amor trasciende el plano individual del narcisismo, la satisfacción del yo. Cada amor, cualquiera sea su objeto, pone en juego partículas de algo universal, cultural. Es más, trasciende a una cultura determinada y aun a los tiempos de la historia.
El amor humano es el primer grado del pasaje del individuo a un más allá de sí mismo, es una presencia, en la singularidad, de un universal cultural. El amor, como el vivir, no se reduce nunca a los intereses individuales, sino en la manera como el mundo se expone al sujeto; es, en este sentido, el “nosotros” temprano, ya que nunca, desde el nacer, estamos solos. El amor, como la vida, no pertenece enteramente a la voluntad de cada uno, es algo que nos ocurre en la vida, y sólo cuando nos acontece podemos decidir.
Esto es lo que nos ha enseñado el amor romántico: se trata de lo que nos ocurre, lo que llega al individuo y, como un acontecimiento –en el sentido que dio a este término Alain Badiou–, obliga a tomar posición. En esta toma de posición, podemos diferenciar tres formas subjetivas de respuesta, tres tipos de sujeto, siguiendo aquello que en el siglo XIV ya nos enseñó Giovanni Boccaccio en su Decamerón. Al primero de estos amores lo llamaré “amor romántico” y lo vincularé con el Romanticismo del siglo XIX; al segundo, “amor conyugal”; al tercero, “amor fascista”.
El sujeto del amor romántico no responde a un mandato cultural –casarse, ser madre o padre, etcétera– ni responde a leyes, como el matrimonio. Enamorarse no es obligatorio ni responde a una voluntad: es algo que le ocurre al sujeto. Este amor, como lo señalaron los románticos, tiene su opuesto en la moral religiosa o cultural; por eso fue vivido como una experiencia de transgresión y libertad, y en la actualidad lo vivimos como reacción a lo dominante cultural. Recordemos que el amor romántico fue un grito de libertad, de igualdad entre hombre y mujer, frente a las imposiciones de matrimonio del siglo XIX.
Las luchas por la igualdad de género y contra las leyes del patriarcado, en nuestro tiempo, responden también a este amor romántico, al romper con la idea de que, frente al sexo y el amor, los sujetos sean sujetos morales, regulados por la religión o la cultura burguesa. En los enamorados, la moral y las decisiones sobre el sexo son resultado del acuerdo libre entre ellos sobre lo prohibido y lo permitido, asumiendo cada uno sus consecuencias. La ley sobre el matrimonio igualitario parte de reconocer esto.
Todas estas formulaciones sobre el amor romántico se ajustan también al sujeto del enamoramiento en el orden político, que asume este amor trascendiendo su yo, apostando a un nosotros, al compromiso social y sus consecuencias. El amor romántico en la política es a la vez un amor por la verdad.
El sujeto del amor conyugal es el que rehúsa asumir las consecuencias del enamoramiento, el riesgo de la dependencia; teme el acontecimiento, que no domina, y cree en una existencia satisfactoria bajo la seguridad conyugal. Elige la seguridad, la continuidad, los roles fijos, la dependencia asegurada del otro. De alguna manera, en la actualidad, el contrato matrimonial vuelve a tener algo del siglo XIX: establecer las ventajas (ahora no sólo económicas) que el matrimonio ofrece para su vida: no estar solo/a; llenar el amor y el sexo para que, controlado, no lo asalte o lo sorprenda; cubrir las necesidades en familia; asegurar un lugar social frente a los demás.
Se trata así de confinar en un espacio social –el lazo conyugal, tan restringido y seguro como sea posible– esa parte salvaje, pasional, desigual, no controlada, que supone el amor en tanto nos sucede como acontecimiento. Desde siempre se afirmó que la familia es el adversario permanente del amor romántico. En la política, el amor conyugal también se expresa, y en la misma dirección: contrato social, seguridad, consenso, evitar los conflictos, dominio de la tradición, continuidad de sus instituciones. Es lo que identificamos como política conservadora. Si el amor romántico es pasión del cambio y ruptura del orden instituido, asumiendo los conflictos reales, este otro es reproducción de la sociedad en un orden conservador de sus instituciones y sus tradiciones. Entre ambas dimensiones se debate la política actual.
El sujeto del amor fascista se caracteriza por los celos extremos, la posesión del otro, borrar en él todo aquello que le otorgue una vida autónoma, siempre bajo la sospecha de la existencia de un amante o una amante que ponga en riesgo la posesión. La ficción de ser “uno”, en la pareja, requiere suprimir todo lo que haga sentir que son dos, o más, como sucede en la vida; forzar una fusión que anule toda contingencia. En el extremo, tanto en el amor de la pareja como en la política, prima la violencia de eliminar al otro como otro, así ocurre en parejas con estos rasgos, y así ocurre en los grupos fascistas.
En el amor fascista, el pacto requiere que todo esté en “dos que somos uno”: identificación caníbal, y un exterior, los otros, por principio enemigos o amenazantes. En ambos, el amor de pareja y el amor político, están presentes la violencia y la muerte, infligida al otro exterior, extraño, o al interior: al infiel o al traidor. En política, el fascismo es exigencia de identidad total en el grupo, bajo símbolos que identifican al grupo y lo unifican; entrega, renuncia a lo personal, juramento de fidelidad al líder y enfrentamiento a los enemigos. El amor fascista anida en los sujetos y en la sociedad; es, desde siempre, la amenaza que acecha a todo convivir democrático.
Estos tres tipos subjetivos nunca son puros: están en un mismo sujeto, sometido a tensión; siempre hay, en cada sujeto, montantes diferentes de los tres tipos de subjetividad. En la vida social también anidan estos tres tipos de subjetividad. Una política romántica, de cambio y transgresión, debe enfrentar siempre a la seguridad conservadora y a la violencia fascista.
Esto da razón de por qué, en diferentes momentos de la cultura, de la vida social y del amor de pareja, domina uno u otro tipo de comportamiento. Así como un amor conyugal puede dejarse para asumir el riesgo de una pasión que ha acontecido, también en política la sociedad puede girar desde una posición conservadora o escéptica hacia una pasión optimista, de transformación de un orden injusto u oprimente. Dentro de los límites de las identidades de clase social, estos cambios no suelen ser previsibles ni productos de una voluntad: son también acontecimientos, que se hacen presentes en una sociedad.
En uno y otro caso, es esencial que surja lo que llamo “un otro desencadenante del acontecimiento”: no es la figura de un líder preexistente, sino un sujeto que construye su liderazgo al desencadenar el acontecimiento político, o la pasión amorosa. El amor no llega al sujeto desde una pasión interior que preexista al enamoramiento, sino que acontece cuando alguien, siempre singular e inesperado, dispara en él esta pasión. No es, como en el mito de Cupido, un ángel que dispare su flecha: somos flechados siempre por un semejante concreto y visible.
Y en política ocurre del mismo modo: en los sujetos existe la disposición, el interés por lo social, por la vida en común y su gobierno, pero sólo cuando un político enuncia sus principios, encarna las ideas, asume la pasión por realizarlas, se constituye en líder, logra representar esas ideas y despierta el amor por esa política. El líder de un proyecto de vida en común no preexiste al surgimiento de esa pasión; sólo al despertarla se constituye como tal. Creo que esto está presente en el actual enamoramiento por la política en el país.
Cuerpos que anhelan
No dudamos de que el amor es un valor en la vida psíquica, así como el odio, el resentimiento, la decepción, el engaño sufrido, actúan como tóxicos para el psiquismo. Todos lo reconocemos en nuestra vida amorosa: en el amor de la pareja, como en la fiesta, como en la tribuna cuando el equipo gana, como en el baile compartido, como en la manifestación política, los cuerpos se aligeran y saltan, toman ritmo; se vivencia al otro como compañero, como amigo o como amante; sentimos que la unión es placentera, que la satisfacción reside en el integrarnos.
También conocemos lo contrario: el rencor, el odio, la decepción, el miedo, la incertidumbre sobre el futuro, hacen que los sujetos se retraigan sobre sí mismos; sus cuerpos, decaídos como su ánimo, no son aptos para saltar o bailar; la pasividad los invade: no es posible la manifestación de los desanimados, de los pesimistas o de los resentidos: el otro, los otros, o son indiferentes o son enemigos. Recordemos cómo las dictaduras que hemos sufrido provocaron y utilizaron estos sentimientos. Y tengamos presente ahora que la mentira, la falsedad, con la intención de provocar estos sentimientos de decepción, rencor, temor, tiene el mismo sentido político: paralizar las ilusiones, alentar la pasividad, atenuar los entusiasmos, mantenernos pesimistas y aislados.
Vale recordar las consignas del Mayo francés: “la imaginación al poder”, “amor libre”. Las luchas por el amor, la igualdad, la libertad, el deseo de protagonismo, siempre han causado temor a los poderes dominantes, porque entienden bien que sus privilegios individuales están amenazados.
No dudo de que asistimos a un renacer del amor y la verdad en el país. Observamos muchedumbre de jóvenes, y también viejos románticos, decididos a luchar contra los escepticismos en política, y a inventar formas de encuentro más libres y dispuestas a exponerse al amor verdadero; cuerpos que anhelan encontrarse en manifestaciones, sujetos que se sienten protagonistas de la construcción de su vida y, en un mismo gesto, la construcción de lo social.
Y, lo que creo esencial para la salud mental de cada uno, sujetos decididos a enfrentar esos dos polos que desde siempre amenazan la vida libre: el discurso de la seguridad, discurso conservador si lo hay, en la pareja amorosa y en la política; y el discurso fascista, violento, que se vale desde siempre de la mentira, el miedo y la amenaza sobre el futuro. Defender un discurso romántico en la política, como creo está comenzando a ocurrir en el país, es generar en los individuos condiciones para un renacer romántico en el amor entre sujetos libres. Este camino es también el camino de ampliación del dominio de los valores de la salud mental: lograr un sujeto activo, comprometido con su comunidad y capaz de comprometerse en el amor.
* Director del doctorado en Salud Mental Comunitaria de la Universidad de Lanús. Texto extractado del trabajo “Amor, política y salud mental”.